Un ejemplo claro está en su manera de agitar las calles. Cuando organizan escraches contra adversarios políticos, empresarios o jueces, nos hablan de democracia, de resistencia, de libertad de expresión. Aplauden los insultos, las pintadas, los ataques a domicilios particulares o a sedes de partidos porque, dicen, “es el pueblo empoderado”. Pero basta con que alguien proteste frente a ellos, con que se les plante cara en la calle, para que griten inmediatamente “¡fascismo!”. Su vara de medir depende siempre de quién esté al otro lado: si son ellos, es justicia; si son otros, es represión.
Lo mismo ocurre con sus espectáculos de pancartas, caceroladas, camiones, cables, globos y hasta “performances” grotescas que venden como lucha social. Todo es un montaje teatral que repiten como letanías, convencidos de que, a fuerza de repetir la mentira, esta se convertirá en verdad. Esa es la esencia de su estrategia: fabricar mitos y sobrevivir gracias a ellos.
El episodio de la llamada “flotilla humanitaria” rumbo a Gaza es un ejemplo perfecto de este cinismo de extrema izquierda. Se nos ha querido vender como un gesto solidario, como un acto de ayuda internacional. Sin embargo, parece ser que ninguna prueba confirma la existencia de esa supuesta ayuda: ni medicamentos, ni alimentos, ni material de primera necesidad. Lo que sí hubo fueron cámaras, risas, discursos y propaganda política. Y lo más grave: entre los participantes se encontraban personas con antecedentes criminales y vínculos terroristas.
Allí estaba José Javier Osés Carrasco, condenado por pertenecer a ETA y colaborador en el suministro de armas y explosivos, con participación en más de una docena de actos de kale borroka. También Itziar Moreno Martínez, igualmente condenada por su pertenencia a la banda y su implicación en intentos de asesinato. A ellos se sumaban personajes como Ana María Alcalde Callejas, conocida como “Barbie Hamás” por su defensa abierta del yihadismo palestino; Adrià Plazas Vidal, de la CUP, vinculado a una ONG que ha recibido decenas de millones en subvenciones mientras blanquea a Hamás; Ariadna Masmitjà Marín, cineasta de la CUP con subvenciones millonarias; o Carles Lleó Paulo Noguera, concejal de ERC. A la ex alcaldesa de Barcelona, mejor ni nombrarla.
¿De verdad vamos a creer que semejante grupo viajaba en misión de paz? El relato de los “activistas humanitarios” se derrumba al primer vistazo: lo que había era un cóctel de exterroristas, filoterroristas y políticos radicales subvencionados. Y, como era previsible, tras ser interceptados y deportados, han comenzado a difundir un nuevo guion victimista: denuncias de malos tratos, vendas en los ojos, arrastres, agua no potable, comida insuficiente, armas apuntando. Todo muy cinematográfico, pero sin una sola prueba. ¿Casualidad? No. Es la segunda parte de la obra de teatro: primero se fabrican como “solidarios”, después como “víctimas”. Y toda esta farsa la llevan hasta el final como si fuese real. Ellos mismos se creen su propia mentira inventada.
Todo demencial y más aún que, encima, el viaje de vuelta a todo este excremento social, lo tengamos que pagar todos los españoles porque, y aunque según el gobierno, esta partida va a cargo del ministerio de Asuntos exteriores, la realidad es que esa partida viene de nuestros impuestos y su pago se puede considerar una malversación de fondos públicos.
También, los deportados, acusan al gobierno israelí de pasarles documentales de los actos terroristas de Hamás contra su pueblo. Porque eso no lo quieren ver y lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023 en Israel no fueron “excesos de un conflicto”: fue una orgía de sangre. Niños decapitados, mujeres violadas en masa, familias enteras ejecutadas en sus casas, un festival de música convertido en un matadero. Todo esto, deliberadamente silenciado o minimizado por los mismos que se llenan la boca denunciando un supuesto “genocidio” en Gaza. Y mientras tanto, callan ante los genocidios reales: los millones de cristianos perseguidos, violados y asesinados en África y Asia, las atrocidades rusas en Ucrania, o las matanzas cometidas por yihadistas en países enteros.
Siempre el mismo patrón: señalar al inocente y exculpar al criminal. Convertir al verdugo en víctima y a la víctima en verdugo. Fabricar relatos que no resisten el menor análisis, pero que repiten una y otra vez porque saben que, en la confusión, algo queda.
Frente a todo esto, la verdad no se negocia. No se puede relativizar la barbarie ni justificar a quienes asesinan a inocentes. Hay que denunciar la doble vara de medir de la izquierda, su impostura permanente y su complicidad con quienes odian la libertad, la familia y la nación.
Perdonadme, pero yo no os creo…
Felipe Pinto

No hay comentarios:
Publicar un comentario