España vive atrapada en una mentira política que comenzó el mismo día en que el actual presidente de su gobierno llegó al poder gracias a una moción de censura presentada como una cruzada ética para “limpiar la corrupción del Partido Popular”, cuando la realidad posterior ha demostrado que aquella supuesta batalla por la regeneración no fue más que el envoltorio retórico de un proyecto que acabaría multiplicando la corrupción a un nivel nunca visto. Este Gobierno —el mismo que aterrizó proclamando pureza democrática— ha terminado siendo el más salpicado por imputaciones, investigaciones, condenas y encarcelamientos de las últimas décadas. Y lo que resulta absolutamente impensable, lo que insulta a la inteligencia de cualquier español, es que el presidente, siendo el número uno del PSOE y del Gobierno, haya sido capaz de ver caer, imputarse o encarcelarse a tanta gente tan cercana sin haber visto ni sabido nada. Nadie con un mínimo de sensatez puede creer semejante cuento. No estamos ante casos aislados ni errores administrativos: estamos ante el patrón de un sistema que él mismo construyó, alimentó y dirigió.
Ahí está Santos Cerdán, su último número 2, en el PSOE y pieza clave del engranaje político del presidente, que pasó por prisión, salió en libertad provisional, está pendiente de juicio y cuya futura condena parece un desenlace inevitable. Ahí está el que también fuera su número 2, el superpoderoso exministro José Luis Ábalos, hoy en prisión. Ahí está Koldo, su asesor en Fomento primero y en Transportes, Movilidad y Agenda Urbana después, también en prisión, convertido en símbolo nacional del comisionismo. Ahí está el fiscal general del Estado, ya condenado. Ahí está Begoña, su propia esposa, imputada. Ahí está su hermano, también imputado. Y alrededor de ellos, como satélites de una estrella tóxica, un rosario de colaboradores, altos cargos, asesores, operadores e intermediarios investigados o bajo sospecha. Todo apunta hacia el mismo centro: este poder no solo ha generado corrupción; se ha alimentado de ella desde el principio.
Y por si todo esto fuera poco, existe un capítulo que desnuda por completo el origen de esta estructura: las primarias del PSOE de 2014, las que devolvieron a Sánchez al liderazgo dentro de su partido. Ahora sabemos —porque está recogido en un informe de la UCO— que aquellas primarias pudieron estar amañadas. Y lo más grave es quién aparece en el presunto fraude: Cerdán y Koldo, los mismos que hoy están señalados por la justicia. En los mensajes intervenidos, Cerdán ordena a Koldo una maniobra tan cutre como delictiva: “Cuando termine apuntas como que han votado esos dos que te faltan sin que te vea nadie y metes las dos papeletas.” A los minutos, Koldo responde: “Ya está.” Ahí lo tienen: dos votos metidos en una urna como quien mete dos cafés en una cuenta, dos papeletas fabricadas para inflar artificialmente el apoyo interno a Sánchez mientras públicamente se vendía la épica del militante movilizado. Si esto ocurrió en una sola agrupación, el lector puede imaginar lo que no se ha contado. Y que alguien pretenda que el presidente no sabía nada convierte esta historia en una comedia sin gracia.
Todo esto, además, explica perfectamente otro símbolo central de esta trama: la banda del Peugeot, el coche con el que Sánchez, Ábalos, Cerdán y Koldo recorrían España buscando apoyos para reconquistar el control del PSOE. Esa imagen dejó de ser una anécdota para convertirse en la metáfora perfecta de cómo nació este poder: no surgió de la ejemplaridad, sino de un grupo de personajes que jamás deberían haber tenido acceso a la vida pública. A bordo viajaban un candidato obsesionado con volver a mandar, un portero de puticlub, un cliente habitual de esos ambientes y un operador político de carretera. Y detrás, la sombra del suegro, empresario de prostíbulos y saunas, presunto financiador con cien mil euros de la campaña que catapultó al actual presidente. Ese Peugeot no transportaba regeneración: transportaba el germen de la corrupción que hoy gobierna España.
Pero la pregunta crucial no es cómo empezó todo esto, sino cómo podría terminar. Porque llega un punto en el que uno debe preguntarse algo tan simple como explosivo: ¿se imaginan ustedes que todos estos personajes, acorralados por la justicia, decidieran tirar de la manta para salvarse? Piénsenlo un instante: Ábalos en prisión, Cerdán pendiente de juicio, Koldo en prisión, los familiares imputados, el fiscal general del Estado condenado, los colaboradores salpicados, los operadores asustados. ¿Se imaginan que uno hable para reducir condena? ¿Que el segundo no quiera quedarse atrás? ¿Que el tercero busque salvarse? ¿Que el cuarto negocie? ¿Que el quinto prefiera ser testigo antes que acusado? ¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría si el coro entero empezara a cantar?
Porque aquí no estamos hablando de patriotismo, sino de supervivencia. Y cuando alguien quiere salvarse, habla. Y cuando hablan varios, encajan las piezas. Y cuando encajan las piezas, el dibujo siempre apunta hacia el mismo lugar. No hace falta señalarlo: el lector lo sabe. El único denominador común, el centro, el vértice, el beneficiario último, es quien reunió a esta gente, quien los utilizó, quien los colocó, quien los protegió y quien fingió no ver nada mientras todos a su alrededor se estrellaban en su propia luz.
Figúrense ustedes qué pasaría si cantase el coro y las notas de la sinfonía final sacaran a la luz al verdadero responsable, al número 1.
Felipe Pinto.

Seguramente el número 1 va a resultar ser la Z
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