En Madrid existe una realidad que casi nadie reconoce en voz alta, miles de personas que en condiciones normales votarían a Vox terminan votando al Partido Popular únicamente por Isabel Díaz Ayuso, la consideran una especie de heroína, un baluarte contra Sánchez, una figura que aparenta ser el gran rival del presidente del Gobierno y la supuesta dirigente capaz de frenar el proyecto socialista, pero lo que estos días ha descubierto una parte enorme de madrileños es que Ayuso, lejos de ser esa líder valiente, no es más que una dirigente más del Partido Popular, alguien que intenta conquistar al electorado fingiendo ser más de derechas que el resto, aunque en el fondo comparte las mismas características que han definido durante años al PP, tibieza, cobardía, traición a sus votantes y en demasiados casos corrupción y sumisión al sistema que dice combatir.
Durante años se le construyó a Ayuso una imagen casi mítica, la mujer que plantaba cara al socialismo, que hablaba sin miedo, que se enfrentaba a los poderes que atenazan a España, pero bastó una sola manifestación para que esa fachada se resquebrajara, la manifestación de los autónomos llevaba meses prevista, era su espacio y su causa, pero el Partido Popular decidió pisarla y eclipsarla con un acto propagandístico en el Templo de Debod, un mitin encubierto disfrazado de concentración ciudadana, con cámaras, dirigentes y un despliegue de propaganda que no buscaba salvar a nadie del sanchismo, sino absorber al votante que empieza a alejarse del PP y mira hacia la única oposición firme que existe hoy en España.
Lo que debía ser una jornada de protesta contra Sánchez se convirtió en un acto de captación electoral del PP, una maniobra diseñada para atraer al votante patriota y convencerlo de que vuelva al redil popular, la intención era evidente, impedir que la gente siga migrando hacia Vox y recuperar terreno con un mensaje patriótico tan impostado como calculado, muchos madrileños lo vieron enseguida, no era España lo que se defendía ese día, era el interés del Partido Popular, y Ayuso fue la protagonista de esa operación.
La ruptura definitiva llegó cuando la presidenta madrileña decidió acusar a Vox de promover violencia en Ferraz y de molestar a los vecinos, adoptando palabra por palabra el discurso del PSOE, criminalizando a ciudadanos pacíficos que llevan meses soportando cargas policiales, gases lacrimógenos y golpes mientras defienden a España frente a la amnistía y la corrupción que Moncloa pretende blanquear, Ayuso no solo repitió el relato de la izquierda, lo asumió, atacó a la gente de su propio espacio político y trató de convertirlos en chivos expiatorios para justificar la tibieza de su partido.
La respuesta fue inmediata, vecinos del barrio desmintiendo las acusaciones, madrileños recordando que la única violencia visible ha sido la policial, ciudadanos que durante semanas han estado en Ferraz denunciando que Ayuso criminaliza a quienes sostienen la movilización más importante de los últimos años, gente que la apoyó en el pasado afirmando que la máscara por fin se ha caído, que su discurso es falso y que Ayuso ha dejado claro de qué lado está, y ese lado no es el de los españoles que se están jugando la cara en la calle.
La intervención de Isabel Pérez Moñino retrató con precisión quirúrgica la incoherencia del PP, recordándole a Ayuso que jamás condenó la violencia sufrida por simpatizantes, que guardó silencio cuando Sánchez indultó a los agresores de un mitin, que el PP votó repetidamente en contra de ilegalizar a Bildu y que incluso llegó a votar junto al PSOE en Bruselas para frenar una investigación por corrupción y amaño electoral, una hemeroteca que demuestra que el discurso grandilocuente de Ayuso no tiene nada detrás, que sus acusaciones no son más que una maniobra política para tapar las vergüenzas de su partido.
La estrategia del PP queda al desnudo, critican a Sánchez mientras pactan con él, denuncian la corrupción socialista mientras tapan investigaciones en Europa, hablan de firmeza mientras desmovilizan a los ciudadanos, acusan a otros de violencia mientras ellos mismos votan con el PSOE cuando les conviene, y Ayuso ha decidido abrazar esa estrategia, renunciando a ser una dirigente valiente y convirtiéndose en una pieza más de un engranaje político que se mueve únicamente para conservar poder.
España vive una ola de inseguridad evidente, especialmente en Madrid, donde hay centros de MENAs con casos gravísimos de agresiones y violaciones que Ayuso ni afronta ni asume, una realidad que contrasta con su obsesión por atacar a manifestantes pacíficos, por culpar al ciudadano corriente de la crispación mientras mira hacia otro lado cuando quienes causan terror en los barrios son precisamente aquellos que su gobierno mantiene bajo su responsabilidad, y esa doble vara de medir es ya insoportable para miles de madrileños.
Estos días se ha roto algo profundo, un vínculo emocional entre la gente y una dirigente en la que muchos creyeron, miles de madrileños que un día la consideraron una referente hoy ven que no lo es, que su discurso de libertad no era más que un envoltorio, que detrás hay la misma cobardía, la misma tibieza, la misma estrategia vacía del Partido Popular, el mismo juego de siempre, decir una cosa y hacer la contraria, prometer valentía y entregar sumisión, señalar a Sánchez mientras se vota con Sánchez, fingir patriotismo mientras se desmoviliza al pueblo.
El despertar ha sido duro, pero necesario, Ayuso ya no engaña a nadie, ha mostrado lo que realmente es, una dirigente que intenta apropiarse del discurso patriota mientras lo vacía de contenido, una política que acusa a los suyos para complacer a los de siempre, que utiliza la bandera como decorado mientras entrega la calle al relato del PSOE, una presidenta que ha elegido atacar al adversario equivocado, porque su adversario no es Vox, su adversario es la verdad, y contra la verdad nadie gana.
Madrid lo ha visto y España también, la verdadera Ayuso ha asomado la patita, y una vez se ve lo que hay detrás, ya no se puede dejar de ver.
Felipe Pinto.


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