Vivimos en una época en la que todo parece acelerado, confuso, contradictorio. Lo que antes era evidente hoy se cuestiona, lo que era virtud hoy se ridiculiza, y el sentido común… parece haber sido desterrado.
La izquierda globalista lleva años socavando los pilares de la sociedad: destruyendo valores, confundiendo identidades, pervirtiendo el lenguaje y sustituyendo el pensamiento por consignas. Pero lo más decepcionante, al menos, para los que aún mantenemos algo de ese sentido común al descubierto, es que quienes debían enfrentarse a esta deriva —el llamado centro-derecha, en especial el Partido Popular— han terminado asumiendo gran parte de esa agenda. Ya no hay oposición real, solo alternancia en la gestión del mismo proyecto ideológico.
Multiculturalismo sin control, censura disfrazada de corrección política, ingeniería social en las escuelas, imposiciones lingüísticas y morales desde organismos internacionales… Todo eso ha reemplazado la razón. Se han reído del mérito, atacado la familia y relegado la libertad a un eslogan vacío.
Pero aún hay esperanza. Quienes creemos en la verdad, en la patria, en el orden, en el bien y en la libertad —sin matices cobardes— no hemos desaparecido. Somos muchos. Y cada día somos más los que decimos: basta.
Recuperar el sentido común no es nostalgia, es urgencia. No es reaccionarismo, es supervivencia moral. Y en esta batalla cultural que nos han impuesto, cada gesto cuenta.
Volverá la razón. Porque la verdad, aunque silenciada, nunca muere.
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