Por eso, el ciudadano corriente debe saber que no todas las doctrinas la entienden y utilizan de igual manera.
Unas la han usado para arruinar países; otras para crear dependencia; y otras, simplemente, para no enfrentarse a la imposición ideológica.
Y son pocas, muy pocas, casi diría que una sola postura, la que se mantiene en una visión coherente, firme y basada en la realidad y en el sentido común.
Veamos cómo la han aplicado o la aplican algunas doctrinas.
EL COMUNISMO
Se trata de una maquinaria totalitaria que llama “justicia social” a la miseria.
El comunismo es la mayor falsificación de la justicia social de todos los tiempos.
Su modelo consiste en arrasar la propiedad privada, destruir la libertad individual, empobrecer al trabajador y someter al pueblo mediante escasez y miedo e incluso, muerte.
Además, las élites comunistas han tenido la desfachatez de presentar esa miseria como “igualdad”, y lo es, pero igualando al pueblo en la clase más baja.
La justicia social del comunismo no es justicia: es dictadura económica y esclavitud política.
EL SOCIALISMO
Se trata de una multifábrica de dependencia y de expolio al trabajador.
El socialismo y, en el caso nuestro, el español, ha convertido la justicia social en una herramienta para perpetuar redes clientelares y someter a la población a una dependencia crónica del Estado.
Su receta es siempre la misma: impuestos asfixiantes, subvenciones selectivas, chiringuitos multimillonarios, división en colectivos enfrentados y destrucción sistemática de la clase media.
Hablan de igualdad, pero practican la discriminación legal a través de cuotas, privilegios territoriales y leyes ideológicas que segmentan a la sociedad. Su justicia social es el control político con el dinero ajeno.
LA SOCIALDEMOCRACIA
Propone una justicia social moderada solo en apariencia, porque en el fondo reproduce el mismo esquema del socialismo: más Estado, más intervención y más dependencia. Aunque renuncia al discurso marxista, mantiene la misma lógica de fondo: altos impuestos, expansión de derechos que generan obligaciones para otros y una red de prestaciones que atan al ciudadano al poder político.
Se presenta como equilibrio entre mercado y Estado, pero su modelo deriva siempre en más gasto, más burocracia y menos libertad individual. Promete igualdad, pero termina debilitando a la clase media y reforzando la dependencia del propio sistema.
La socialdemocracia, en resumen, no destruye de golpe; lo hace lentamente. Es una versión suave del socialismo, con las mismas consecuencias: menos autonomía personal y más control estatal.
EL LIBERALISMO
Propone una justicia social sin nación, sin familia y sin raíces.
El liberalismo extremo peca de un error contrario a la propia etimología de lo que define a la justicia social.
Cree que el mercado lo soluciona todo, desprecia el valor de la comunidad nacional, reduce al ciudadano a ser un simple consumidor y renuncia al papel del Estado en lo esencial.
Sí, la libertad económica es fundamental. Pero una justicia social que ignore la familia, la cultura, las raíces y la protección del trabajador se queda en eso, en puro cálculo económico.
Un país no se construye solo con números: se construye con identidad.
LA DEMOCRACIA CRISTIANA
Parte de los principios sociales del cristianismo, pero su visión de la justicia social —centrada en la responsabilidad personal y en limitar la intervención del Estado— resulta insuficiente en el escenario actual.
Defiende que no debe ser el Estado quien se haga cargo de las personas, sino las propias familias y comunidades, pero carece de la firmeza necesaria para proteger esos valores.
Su moral cristiana se convierte en vulnerabilidad política frente a ideologías que actúan sin escrúpulos.
Intenta acuerdos imposibles, mantiene una moderación que otros aprovechan y se queda siempre en el terreno ético, sin capacidad real de confrontación.
Su concepto de justicia social, basado en la subsidiariedad, termina siendo débil e inoperante ante la presión ideológica contemporánea.
En resumen: tiene principios, sí, pero no tiene fuerza para defenderlos.
EL CONSERVADURISMO
Aunque mantiene principios nobles, su combate ante las doctrinas “progresistas” es nulo, por dócil y cobarde.
A pesar de que el conservadurismo clásico ha podido defender ideas sensatas, siempre falla donde más importa: renunciando a la batalla cultural y aceptando el lenguaje de la izquierda, temiendo el llegar a la confrontación con el dogma ideológico y por eso, históricamente se conforma con gestionar lo que otros destruyen.
Su justicia social en base al orden, equilibrio y responsabilidad puede ser correcta, pero acaba siendo inútil si no se planta cara a la manipulación que domina en instituciones, universidades, medios y leyes.
EL FALANGISMO
Llevó el siglo pasado, con valentía, la proclama de la justicia social desde el honor del trabajo y la comunidad nacional.
La Falange defendió una visión de justicia social que, aunque hoy aún resulte casi revolucionaria, está algo desfasada ante el avance del tiempo y frente al caos identitario actual.
En su ideario primaban:
la dignidad del trabajo como esencia del ciudadano, la superación del conflicto de clases, la unidad nacional por encima de intereses egoístas y una comunidad solidaria basada en esfuerzo y disciplina. Aunque su modelo económico vertical es prácticamente irreproducible hoy, su concepto moral de justicia social —unidad, trabajo y servicio a España— sigue siendo infinitamente más sano que, tanto el de la izquierda actual como el que puedan entender liberales y muchos conservadores.
EL FRANQUISMO
Sus principios están sujetos al orden, la familia, la cohesión y la responsabilidad, desarrollando un modelo de justicia social basado en estabilidad laboral, protección a la familia, acceso a vivienda asequible, unidad territorial y nacional y rechazo a la división identitaria.
Podrá ser criticado por otros aspectos, pero lo que es innegable es que defendió una justicia social basada en orden, deber, estabilidad y servicio al bien común, valores hoy barridos por la ideología progresista.
VOX
Quizás hoy en España es quien más se acerca a lo que realmente se puede entender como justicia social verdadera.
Su visión contempla que ésta no dependa de ideologías, sino del sentido común.
Frente a doctrinas que manipulan, empobrecen, dividen o se rinden, existe una concepción de justicia social realista, sensata y profundamente humana: la justicia social que pone al ciudadano, a la familia y a la nación por encima de la ingeniería ideológica, basándose en siete principios innegociables:
1. La igualdad real ante la ley sin privilegios territoriales, sin cuotas, sin discriminación positiva, sin castas inventadas. La justicia social comienza cuando todos valen lo mismo ante la ley.
2. La defensa del trabajador y la de la clase media. Los que madrugan, pagan impuestos y sostienen España, no pueden ser tratados como cajeros automáticos del Estado. La justicia social exige bajar impuestos, no subirlos.
3. El mérito y el esfuerzo deben ser el motor del ascenso social Ningún carnet ideológico puede pesar más que el trabajo bien hecho. La justicia social es premiar el esfuerzo, no subvencionar la mediocridad.
4. Presentación de la familia como pilar absoluto de la sociedad. Sin familia fuerte no hay educación estable, no hay prosperidad y no hay futuro demográfico. La justicia social exige protegerla, no convertirla en campo de batalla ideológico.
5. Tolerancia cero al despilfarro político. Ni un euro más para chiringuitos ideológicos o estructuras parasitarias. La justicia social es usar el dinero del contribuyente para el bien común, no para agendas partidistas.
6. Nuestra nación debe ser soberana y con cohesión territorial. La justicia social exige una sola nación con un solo nivel de derechos. Dice no a los privilegios autonómicos, no a los chantajes territoriales y no que existan ciudadanos de primera y de segunda.
7. Debe existir la libertad personal y económica sin ningún tipo de adoctrinamiento. El ciudadano tiene derecho a pensar como quiera, educar a sus hijos sin imposiciones ideológicas y desarrollar su vida y su trabajo sin trabas absurdas ni tutelas políticas.
Por último, si me permiten, les diré que, bajo mi punto de vista, VOX es quien, de verdad, ofrece la justicia social verdadera, que no es repartir miseria, financiar ideologías, destruir la familia, comprar votos, dividir a la sociedad ni convertir al ciudadano en esclavo fiscal del Estado.
La justicia social verdadera es todo lo contrario: igualdad ante la ley, defensa de la familia, libertad, mérito, orden, soberanía de la Patria y defensa del ciudadano trabajador, el que con su esfuerzo sostiene a España.
Todo lo demás es propaganda y creo que ya es hora de decirlo con toda claridad y sin tapujos.
Felipe Pinto


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