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viernes, 21 de noviembre de 2025

VIAJE ASTRAL HACIA TI

 


Paseo solo por las calles oscuras de mi ciudad y en cada charco se duerme un reflejo cansado de luna. Camino sin prisa, arrastrando un corazón, falto de fuerza, un corazón que aún sangra tu ausencia, como quien avanza entre los restos de una tempestad que no termina de irse.

La noche, inmensa y vacía, me acompaña sin decir palabra. Un viejo tugurio, al fondo, late como un refugio tibio. Me dirijo a él y entro, recibiéndome un aire que huele a madera vieja, a humo antiguo, a derrotas compartidas.

Pido en el mostrador un whisky con hielo, y la anchura del vaso frío entre mis dedos, parece comprender más que nadie mi desamparo.

Al fondo, en un rincón, un piano anclado en el pasado desgrana notas que conocen mi nombre. Y yo me dejo caer en sus acordes, como quien se sumerge en un río lento donde todo dolor se hace menos.

La gente habla a mi alrededor, pero sus voces se pierden en esa distancia infinita donde vive mi tristeza. Me abrazo a mi copa como si, así, pudiera salvarme del naufragio, y la marejada me arrastra a perderme en el inconsciente. 

Al despertar ya no queda nadie, ya no hay voces, ni música: solo me acompañan las manos arrugadas del viejo músico que arranca los más bellos arpegios a ese viejo piano. Esas mismas manos me guían en mi salida, de nuevo, hacia la oscura desesperación de la fría madrugada.

La ciudad, hecha de sombras y pasillos sin destino, vuelve a recibirme, me traga en su silencio y es testigo de mi nuevo deambular sin rumbo, hacia un enigmático camino sin siquiera saber dónde debo empezar a olvidar.

En mi torpe trayecto tropiezo con un farol que derrama un hilo de luz, como si Dios quisiera recordarme que aún existo y encuentro un nuevo lugar donde hurgar otros corazones rotos que respiran el mismo temblor que yo.

Entonces sucede. Un alma se acerca, ligera y con un cuasi susurro, sopla en mi oído una sonrisa pequeña, que basta para quebrar la noche, como un cristal fatigado.

Siento que algo despierta. Una claridad, un rumor de esperanza, una aurora que insiste en que todavía soy capaz de volver a la vida. Bebemos un buen escocés en un vaso mordido en sus bordes y por un instante, el mundo vuelve a ser posible. Las sombras retroceden, la luz crece y el sueño se abre paso, tierno y prodigioso...

Y de pronto vuelvo a la consciencia y allí estás tú. No te has ido, no me has dejado. Toda la noche, con sus callejones y su pena, no ha sido más que un mal presagio que se disipa con tu presencia.

Y comprendo, al mirarte, que no hay luna, ni piano, ni susurro, ni farol que alumbre tanto como quien representa la mayor belleza: eres tú, la que me devuelves a la vida tras una muerte astral en la que, en mi terror, no supe darte nada a cambio de tu bondad infinita.

Felipe Pinto. 


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