Madrid sentía debilidad por mí, y yo por ella y se notaba. Se me mostraba como un espejo en el que su reflejo me ofrecía, cada noche, lo que siempre yo quería tener delante de mi, además de su íntima complicidad en indómitas correrías, en secretos inconfesables que se revelaban como sueños misteriosos e inimaginables...
Sin darme casi cuenta, me había enganchado a una droga viva, cosmopolita, hecha de gente desinhibida y la mayor parte de ella, maravillosa, a la que no podía permitirme el lujo de fallarle… y, creo que no lo hice.
Y así, Madrid me recompensaba día tras día con sus encantadoras noches libertinas, repletas de amores desatados y nuevas dosis de adrenalina, que me impulsaban hacia un estado de bienestar, la verdad que algo ficticio, pero a la vez, tan real, tan tangible, que hoy —ya desde la calma y el sosiego— al recordarlo, vuelve a mí su nube pasajera, con visiones etéreas que me conducen directamente al culmen de la inocencia, verdadera esencia de la felicidad.
Felipe Pinto.
Muy bueno Felipe!
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