En los últimos años se ha instalado dentro del Partido Popular una obsesión tan constante como absurda: convertir a Vox en su enemigo principal, incluso por encima del gobierno socialista. Esta fijación no nace de ninguna estrategia inteligente, sino de la necesidad de ocultar los propios fracasos del PP, disimular sus contradicciones y justificar sus incoherencias. Es más sencillo señalar a Vox que asumir que muchas de las situaciones que hoy padece España no habrían ocurrido sin los errores estratégicos del propio PP, sin sus cesiones, sin sus silencios y sin su tendencia crónica a rectificar cuando ya es demasiado tarde.
El PP ha construido una narrativa infantil según la cual “Vox y Sánchez se necesitan”. Pero basta un mínimo de memoria para desmontar esa fábula. Sánchez llegó al poder porque Rajoy prefirió entregar la moción de censura antes que dimitir. Las políticas ideológicas del socialismo avanzaron porque el PP las votó, las normalizó o las aplicó en autonomías donde gobernaba y hasta en el gobierno de la nación cuando obtuvieron mayoría absoluta. La Agenda 2030 no cayó del cielo: el PP la abrazó con entusiasmo. Y los fondos europeos que hoy denuncian fueron aprobados en Bruselas con el voto entusiasta del PP junto al PSOE, los liberales y los verdes. Después de esto, pretender que la culpa de todo es Vox es una broma que ya no engaña a nadie.
El PP ha convertido a Vox en su chivo expiatorio nacional. Cada error propio lo atribuyen a Vox; cada rectificación la justifican con Vox; cada incongruencia la maquillan atacando a Vox. Pero lo que nunca explican es por qué, en muchos terrenos, han actuado exactamente igual que el PSOE al que dicen combatir. Nunca explican por qué votaron las mismas resoluciones, por qué aceptaron los mismos marcos ideológicos, por qué aprobaron las mismas leyes progres o por qué mantuvieron políticas del socialismo cuando gobernaban comunidades donde tenían libertad para cambiarlo todo. Culpar a Vox es más cómodo que admitir que el PP se ha convertido en una incongruencia total de principios.
Y esa es la raíz del problema: el PP ha perdido la coherencia ideológica. Un día presume de firmeza y al siguiente pide moderación. En Madrid hablan de libertad económica y en Valencia mantienen trabas burocráticas, impuestos altos y estructuras intervencionistas heredadas del Botànic. En campaña prometen recortes de chiringuitos y luego conservan subvenciones ideológicas. En Extremadura dicen una cosa y en Valencia dicen la contraria. Esa identidad líquida, que se adapta según el territorio o el plató, es la que ha vaciado al PP de contenido y lo ha convertido en un partido incapaz de inspirar confianza real.
En Valencia, por ejemplo, gobiernan con Vox y aun así han decidido mantener parte de la presión fiscal heredada del Botànic, han conservado subvenciones y organismos ideológicos y han preservado estructuras culturales y regulatorias impuestas por el progresismo. Prometieron una revolución fiscal que se quedó en un retoque tímido. Hablaron de desregulación y libertad económica, pero mantuvieron normas que frenan la construcción, la creación de vivienda y el desarrollo económico. Todo esto es, aunque les moleste admitirlo, intervencionismo, aunque lo camuflen con discursos de “gestión moderada”.
Mientras tanto, Vox mantiene en todas partes la misma posición, el mismo mensaje y los mismos principios. Lo que Vox defiende en Galicia lo defiende en Valencia, en Madrid, en Andalucía y en Extremadura. No cambia según convenga ni ajusta su discurso a la presión mediática. Esa coherencia irrita profundamente a un PP acostumbrado a modular su postura según el ambiente. Esa es la verdadera razón de su obsesión: Vox les recuerda aquello que ellos dejaron de ser.
Y ya va siendo hora de desmontar otra mentira absurda: la acusación de que “Vox hace una pinza con el PSOE”. Eso sí que es ridículo. Si existe una pinza real en la política española, es la que forman el PP y el PSOE en Europa, donde votan juntos más del 90% de las resoluciones, sosteniendo la misma agenda globalista, las mismas políticas climáticas delirantes, el mismo marco económico intervencionista y los mismos dogmas ideológicos. Esa es la auténtica pinza: la alianza PP–PSOE en Bruselas. Que no intenten proyectar sobre Vox lo que ellos mismos hacen cada semana votando codo con codo con la izquierda europea.
Y, por si fuera poco, PP y PSOE no solo votan juntos en Europa: también comparten sin pudor la Agenda 2030, ese marco ideológico globalista que ha servido para imponer restricciones absurdas, políticas climáticas suicidas, regulaciones asfixiantes y una visión del mundo totalmente alejada de los intereses reales de los españoles. Esa Agenda 2030 que el PP dice criticar en España, la aplaude en Bruselas con la misma intensidad que el PSOE. Esa Agenda 2030 que Vox combate frontalmente, el PP la adopta como si fuera una obligación moral incuestionable.
Que no vengan ahora a fingir diferencias donde no las hay: la Agenda 2030 es el pegamento ideológico de esa pinza PP–PSOE en Europa, el dogma común que ambos partidos aplican mientras en España fingen ser adversarios irreconciliables.
Además, el PP haría bien en asumir una verdad aritmética elemental: si quieren gobernar sin socialismo, tendrán que contar con Vox, igual que Vox tendrá que contar con el PP si algún día gana sin mayoría absoluta. No existe otra fórmula. Las mayorías absolutas ya no existen y fingir lo contrario es infantil. Por eso es absurdo que el PP pierda energías atacando a su único socio posible mientras Sánchez sigue gobernando.
Y, además, el Partido Popular debería recordar algo fundamental: si hoy gobiernan en media España es gracias a Vox. En todas las comunidades y ayuntamientos donde el PP no tiene mayoría absoluta, gobierna única y exclusivamente porque Vox —estando dentro del gobierno o apoyando desde fuera— les ha dado los votos necesarios para que no entrara la izquierda. Sin Vox, el PP no gobernaría ni Valencia, ni Castilla y León, ni Aragón, ni Baleares, ni Murcia, ni centenares de ayuntamientos. Esa es la realidad que tanto les cuesta reconocer.
Por eso es grotesco que se dediquen a atacar a quien les sostiene los gobiernos. En vez de demonizar a Vox y repetir mentiras, lo que el PP debería hacer es dar las gracias, porque sin esos votos no olerían el poder ni de lejos. Atacar día tras día al partido que te permite gobernar es una estrategia tan torpe que solo puede explicarse por el complejo ideológico y el miedo permanente a desagradar a la izquierda mediática.
Pero para que esa colaboración sea posible, el PP tiene que hacer algo que parece haberse vuelto casi imposible para ellos: cumplir los acuerdos, ser coherentes y mantener la palabra dada. No se puede firmar algo en Extremadura y hacer lo opuesto en Valencia. No se puede pactar con Vox por la mañana y atacarlo por la tarde en los medios. No se puede exigir estabilidad cuando son ellos mismos quienes la rompen a base de rectificaciones, complejos y miedo al qué dirán.
El PP puede seguir obsesionado con Vox todo lo que quiera, pero esa estrategia solo tiene un resultado: fortalecer al socialismo, debilitar a la oposición real y perpetuar la decadencia política que ellos mismos contribuyeron a crear. El verdadero problema del PP no es Vox. Es el PP. Y hasta que no lo entiendan, España seguirá gobernada por los mismos y Vox seguirá creciendo a costa de quienes ya no se atreven a defender lo que dicen creer.
Felipe Pinto.

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