"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

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miércoles, 12 de noviembre de 2025

SALVAR EL VALLE DE LOS CAÍDOS


El Valle de los Caídos es uno de los monumentos más imponentes y determinantes de la historia contemporánea de España. No es un simple conjunto arquitectónico ni un resquicio del pasado. Es una pieza monumental única en Europa, una obra que combina ingeniería, espiritualidad, memoria y arte en una escala que a muchos les incomoda precisamente por su grandeza. La basílica tallada en la montaña, la explanada de granito, las esculturas colosales y la cruz que domina la sierra no son elementos aislados. Forman un mensaje completo sobre lo que significa recordar, honrar y reconciliar de verdad a una nación que sufrió una de las guerras más devastadoras de su historia.

Lo que hoy molestia a ciertos sectores no es la piedra ni la cruz. Lo que les molesta es el sentido del Valle. Les irrita que existiera un proyecto orientado a unir a los españoles honrando a todos los caídos, fueran del bando que fueran. Les molesta que en una época de fractura hubiese un gesto de reconciliación auténtica. Ese es el motivo real por el que intentan convertir el monumento en un arma política. No soportan que exista un símbolo que contradice su estrategia de dividir, enfrentar y mantener al país preso de rencores reactivados artificialmente.

El ataque permanente contra el Valle no tiene nada que ver con la memoria histórica. Tiene que ver con el control ideológico del relato. Saben que si este monumento permanece en pie con su significado intacto, si sigue recordando que los muertos fueron españoles en ambos lados, su discurso de buenos y malos se desmorona. Por eso buscan manipularlo, desvirtuarlo o vaciarlo de contenido. Necesitan borrar cualquier elemento que no encaje en su versión reducida, sectaria y simplificada del pasado. La batalla cultural se libra también aquí.

La basílica es una obra monumental sin equivalentes. Excavada en la roca, con una nave de más de doscientos metros, integrada en el macizo de Cuelgamuros, contiene una arquitectura que hoy sería prácticamente imposible de reproducir. No solo por su escala, sino por su sentido. Juan de Ávalos dejó esculturas que forman parte del mejor arte español del siglo XX. La cruz de ciento cincuenta metros, visible desde decenas de kilómetros, es una de las más grandes del mundo. Su presencia se ha convertido en un hito espiritual y cultural en la Sierra de Guadarrama. Esa cruz no es un adorno. Es un símbolo de fe y de identidad. Quieren derribarla porque saben que sin símbolos fuertes el país se debilita.

Hay un elemento que nunca se menciona, porque desmonta todos los argumentos manipulados. El Valle no es un recinto vacío. Es una basílica católica consagrada que pertenece desde 1958 a la Orden Benedictina. Allí vive una comunidad religiosa integrada en la Confederación Benedictina, vinculada históricamente a la Abadía de Silos. Ellos mantienen el culto, la espiritualidad y la dignidad del lugar. Expulsarlos sería un acto de agresión directa contra la libertad religiosa. Sería arrancar la esencia misma del monumento y convertirlo en un simple recinto estatal intervenido políticamente. Quienes quieren hacerlo no buscan proteger el patrimonio. Buscan controlar el relato y arrancar la vida espiritual del Valle para transformarlo en un símbolo militante de su propia ideología.

Eliminar la presencia benedictina significaría profanar la razón de ser del lugar. La comunidad monástica representa continuidad, oración y profundidad espiritual. Sin ellos, el Valle se convertiría en una carcasa manipulable. Su permanencia es una forma de resistencia cultural. Mantenerlos es garantizar que el monumento no sea deformado según las conveniencias del poder de turno. España necesita templos vivos, no recintos intervenidos por burócratas.

Por otro lado, el Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido profanar el Valle de los Caídos y arrancar de él, La Piedad, las Virtudes y los cuatro Evangelistas que custodian la Cruz monumental. No se trata de una reforma. No se trata de conservación. Es un acto consciente de escarnio ideológico. Un ataque directo contra el mayor conjunto escultórico cristiano del siglo XX. Un golpe calculado para destruir la identidad espiritual de uno de los lugares más sagrados, más visitados y más relevantes de nuestra historia reciente. Esto podría evitarlo el gobierno de la Comunidad de Madrid y su presidente, Isabel Díaz Ayuso, declarando BIC, el monasterio incluida su cruz, pero, al parecer, no está por la labor...

Y es que el Valle de los Caídos merece ser defendido porque es patrimonio nacional. No patrimonio de un gobierno. No patrimonio de una ideología. Patrimonio de España. Su valor arquitectónico, artístico e histórico debería abrir la puerta a su reconocimiento internacional. Ningún país serio destruye sus grandes monumentos. Francia no derriba Les Invalides. Estados Unidos no toca Arlington. Alemania conserva y estudia cada vestigio de su historia. Solo en España se pretende borrar, ocultar o manipular en lugar de explicar, contextualizar y preservar.

Proteger el Valle es un acto de responsabilidad cultural, histórica y espiritual. Quienes quieren destruirlo no lo hacen por justicia. Lo hacen por revancha. Quieren que la historia sea solo una herramienta a su servicio. Quieren controlar los símbolos porque saben que los símbolos mantienen viva la identidad de una nación.

España debe mirar al Valle como lo que es, un espacio de memoria donde descansan españoles que lucharon, sufrieron y murieron en ambos bandos. Un lugar donde la reconciliación dejó huella en piedra. Un monumento que recuerda que el país es más grande que sus rencores. Un enclave que merece respeto, protección y continuidad.

Salvar el Valle de los Caídos no es mirar atrás. Es defender el derecho de un país a conservar su verdad histórica, su patrimonio y su identidad. Es evitar que la ingeniería política destruya lo que generaciones enteras levantaron como símbolo de paz y redención. Es proteger un legado que debe llegar íntegro a quienes vengan después. Y es recordar, cada vez que se alza la vista hacia la cruz de Cuelgamuros, que España no nació para ser borrada, sino para permanecer.

Queda muy claro que quienes pretenden desmantelar el Valle actúan movidos por el odio y el resentimiento. Y quienes pudiendo impedirlo miran hacia otro lado demuestran, de nuevo, una cobardía que también pasará a la historia.

En apenas seis meses, este Gobierno ha sido capaz de convocar un concurso público, asignar un presupuesto millonario y aprobar un proyecto completo para desfigurar el Valle de los Caídos, derribar esculturas y transformarlo en una especie de templo masónico al servicio de su ideología. En cambio, en años y años no ha sido capaz de colocar una sola piedra para encauzar las riadas en Valencia, ni reforzar diques, ni prevenir tragedias que cada temporada vuelven a repetirse.

Así funciona este Gobierno: rápido para destruir, lento para construir. Diligente para borrar la historia, pero negligente para proteger el presente.

Felipe Pinto 

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