"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

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martes, 9 de diciembre de 2025

LA NOCHE: TESTIGO DE LA MUJER TRIUNFADORA


“A todas las mujeres que caminaron por la noche con grandeza y supieron disfrutarla sin perderse.”


Si en el capítulo anterior hablábamos de aquellas mujeres que se perdieron en la noche madrileña sin haberlo querido, ahora es justo mirar hacia el otro lado de esa misma realidad. Porque la noche tiene muchas caras, y si para unas fue una trampa emocional, para otras fue un escenario de plenitud. No todas buscaron consuelo entre sombras; muchas iluminaron ese mismo espacio con su presencia, con su personalidad y con su firmeza. No todas entraron heridas; muchas entraron completas. No todas se ocultaron; muchas brillaron. Y la noche reveló la esencia de cada una, porque la noche no define: solo muestra.

Estas mujeres no usaron la noche para esconderse ni para buscar redención, sino para reafirmarse. No necesitaban máscaras porque no había heridas que ocultar. No buscaban salvación porque no estaban perdidas. Eran mujeres que disfrutaban de la nocturnidad sin perder verticalidad, que festejaban sin caer, que sabían vivir sin confundirse. Tenían oficio, trayectoria y propósito; llegaban a la noche y salían de ella con la misma coherencia con la que vivían su día.

En la noche madrileña —la misma que para otras fue territorio incierto— ellas la conocieron desde el éxito. Venían de jornadas intensas, de responsabilidades reales, de profesiones que exigían cabeza fría y corazón caliente, y cuando entraban a un bar, a un restaurante o a una discoteca, lo hacían con elegancia natural, sin exageraciones, sin artificios, sin necesidad de afirmarse en nadie. Su presencia era conocida, respetada y apreciada, no porque escandalizaran, sino porque sabían estar. Había actrices, abogadas, médicas, periodistas, empresarias, arquitectas, diseñadoras; mujeres que aportaban al mundo con lo que hacían y aportaban a la noche con lo que eran.

Y bastaba observar aquella noche madrileña para confirmarlo. En Princesa, en Goya, en Castellana o incluso en esa franja universitaria cercana a Moncloa donde tantísimos jóvenes se preparaban para su futuro, se cruzaban mujeres cuya presencia imponía respeto y elegancia. Algunas eran muy populares, otras simplemente admirables en su discreción, pero todas dejaban huella. Ana García Obregón, bella, ilustrada y mediática; Nuria March, con esa finura educada que jamás se imponía; Concha García Campoy, con ese porte seguro; Patricia Olmedilla, exponente de la juventud inteligente y sensata; Isabel Sartorius, siempre elegante sin necesidad de buscar focos; Marta y María Chávarri, distinguidas y cultas; Simoneta Gómez-Acebo, correcta y serena; María Zurita, educada y discreta; Marta Sánchez, con su carisma imposible de ignorar; la fotógrafa Silvia Polakov, con su capacidad para captar la noche sin vulgaridad; u Ouka Leele, con esa sensibilidad artística capaz de convertir lo cotidiano en símbolo. Todas ellas, cada una en su estilo, demostraban que la noche podía ser territorio de mujeres que no necesitaban disfraz para brillar.

Y no se puede hablar de mujeres triunfadoras en la noche madrileña sin mencionar a Marilé Zaera, que fue y sigue siendo ejemplo vivo de lo que significa la presencia femenina elevada, equilibrada y profesional. Hoy, con su empresa de comunicación, continúa aportando a la sociedad la misma energía que transmitía en aquellos años, y como presidenta de la asociación “Espíritu de los 80” mantiene vivo el legado cultural de toda una generación. Tengo el honor de ocupar una de las vicepresencias junto a Chema Suárez, compartiendo con ella un proyecto que no mira atrás con nostalgia, sino hacia adelante con propósito. 

Marilé demostró con creces su grandeza humana cuando, en aquellas décadas, acogió en su propia casa a muchas jóvenes extranjeras que venían a Madrid a probar fortuna como modelos y no tenían donde quedarse. Ella las recibía con cariño, con respeto y con dignidad; les daba un techo, un lugar donde dormir, tranquilidad, y todas las facilidades del mundo para que pudieran realizar sus pruebas y entrevistas, hasta que consiguieran sus primeros trabajos. No buscaba ni reconocimiento, ni esperaba agradecimientos; lo hacía porque sentía que la solidaridad también era parte de su identidad. En un ambiente donde otras se perdían o eran aprovechadas, Marilé ofreció manos abiertas y una puerta encendida. Esa es la diferencia entre quien pasea por la noche y quien engrandece la noche con su humanidad.

Y junto a esta historia de coherencia y humanidad, está también la de Vicky Hombravella, otra mujer incansable, que continúa en activo como Relaciones Públicas, demostrando que no hay fecha de caducidad para la elegancia, ni para el saber estar, ni para el trabajo bien hecho. Ella representa esa vertiente luminosa de la feminidad que no se rinde al paso del tiempo, que no se quiebra ante las modas pasajeras y que sigue siendo referencia ética y estética para quienes la conocen. Su trayectoria confirma que, cuando la mujer tiene valor propio, puede atravesar las décadas sin perder autenticidad ni belleza, compaginando sin esfuerzo su actividad profesional con su presencia en la vida social.

Y de la misma manera que esta elegancia se veía en la alta sociedad, también aparecía en otras esferas aparentemente más frágiles pero no menos sólidas. Las misses españolas, por ejemplo, sometidas durante un año a contratos y exposición mediática, podían parecer vulnerables desde fuera, pero la realidad fue muy distinta: salieron todas adelante, con serenidad y equilibrio. No fueron juguetes de nadie, ni víctimas de un sistema. Durante el tiempo de su reinado, sí, tenían obligaciones, compromisos públicos y entrevistas, pero nunca perdieron el control de su vida interior. Y cuando terminó aquella etapa, muchas siguieron adelante con sus proyectos, demostrando madurez intelectual y personal. Vania Millán es un ejemplo nítido: después de su etapa como Miss España, emprendió estudios universitarios, fortaleció su base académica licenciándose en derecho y se abrió paso con dignidad, demostrando que no todas las mujeres que entran en un sistema quedan atrapadas; algunas salen más fuertes, más completas y más dueñas de sí mismas. Porque nadie está condenado cuando tiene la verticalidad dentro.

Y este triunfo no fue circunstancial ni accidental. No fue fruto de una noche de suerte ni de un destino benévolo. No fue casualidad que estas mujeres caminaran la noche sin perderse. Fue consecuencia lógica de algo que pocas generaciones han sabido combinar tan bien: la libertad con el criterio, la independencia con el afecto, el deseo con la inteligencia emocional, la coquetería con la dignidad, la risa con la profundidad. Porque esta generación de mujeres —nacidas bajo el impulso musical de los Beatles, Dylan y Bee Gees, bajo la revolución silenciosa de la sensibilidad y no del grito— supo vivir intensamente sin perder el alma.

Mujeres de nuestra generación, cincuenta y pico, sesenta y pico, a quienes el paso del tiempo no les quitó encanto, sino que les regaló serenidad, inteligencia emocional y esa seducción madura que no compite con nadie porque no necesita competir. Ellas no muestran miedo a una arruga, ni vergüenza a una pequeña celulitis; al contrario, reconocen que esas pequeñas marcas son simplemente la firma del tiempo sobre un lienzo bien vivido. Seductoras sin estridencias, coquetas sin exageraciones, humanas sin artificio, reales sin maquillaje psicológico.

Se han querido sin necesitar aplausos ajenos. Han convivido con el hombre sin tratar de dominarlo ni subordinarse a él. Han vivido sin preguntar de madrugada “¿qué estás pensando?”, porque entendieron que debían vivir, no vigilar. Han sabido distinguir entre liberación y revancha, entre igualdad y confrontación. Han elegido pactar para amar, no confrontar para dominar. Han sabido elegir compañía cuando quisieron compañía y quedarse solas cuando fue necesario. Han sabido divorciarse sin perder dignidad, casarse sin perder identidad y seguir adelante con una sonrisa que no era falsa, ni impostada, ni convenida.

Llevan belleza que no busca aprobación, experiencia que no presume, intuición que no avisa, pasión que no disfraza, y una seguridad que no necesita espejo. No son la generación frágil que algunos imaginaron, sino la generación fuerte que algunos no supieron comprender.

La noche no fue para ellas una trampa, sino un entorno donde coexistían convivencia, amistad, complicidad y estilo. Allí se veían risas auténticas, conversaciones profundas, miradas limpias, gestos educados. No había necesidad de competir; había armonía. No había necesidad de exhibir; había presencia. No había necesidad de disfrazarse; había identidad.

Estas mujeres caminaron la noche sin perderse. La noche no las confundió porque tenían brújula. La noche no las alteró porque tenían centro. La noche no las marcó porque ya estaban formadas. Y la noche, que guarda en silencio historias de caída, también guarda con igual justicia historias de triunfo.

La noche les dio escenario; la dignidad les dio victoria. Y la victoria no fue arrogancia, sino equilibrio. No fue soberbia, sino plenitud. No fue apariencia, sino esencia. La grandeza no fue ruido: fue actitud.

Porque la noche, cuando se pisa con cabeza y corazón, no destruye. Cuando se cruza con inteligencia, no confunde. Cuando se camina con elegancia, no corrompe. Para estas mujeres, la noche no fue un escape; fue un espacio donde simplemente se dejaban ver tal como eran: completas, auténticas, preparadas, luminosas.

Por eso quedó escrito, aunque nadie lo escribiera, que hubo mujeres que no solo pasaron por la noche sin perderse, sino que la engrandecieron. Y si la noche fue testigo de algunas tristezas, también fue testigo de triunfos limpios. Y estas mujeres —las que nunca necesitaron que la noche las salvara porque ya estaban salvadas por dentro— permanecerán en la memoria de la ciudad como un ejemplo silencioso y claro: que la grandeza no se ostenta, se vive.

Felipe Pinto. 

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