Ya no hace falta tener que ser “nene y nena” para querer un barquillo. Tampoco hace falta que sean de coco, de menta o de vainilla. Lo único que hace falta es querer uno.
El barquillo como todos lo conocemos hoy en día fue un alimento instaurado a principios del siglo XIX. Esta tradición puramente madrileña que cada vez menos madrileños conocen por la escasez de ellos en las calles, eran antes como los guardias de tráfico hoy: encontrabas uno en cada esquina.
El objetivo principal es devolverle a la ciudad de Madrid el oficio del barquillero como algo del día a día y no como algo simplemente turístico. Recuperar la esencia de lo madrileño, su tradición y, por supuesto, el “Juego del Clavo”.
La palabra “barquillo” aparece por primera vez en la literatura española a principios del siglo XVI. La tradición de más de cuatro siglos va poco a poco menguando ¿llegará el momento en que no lo reconozcamos? Eso se tratará de evitar.
Hoy en día, es una única familia en Madrid la que se encarga desde principios del siglo XX a la venta de barquillos. Ésa es la familia Cañas: Félix (1850), Francisco (1896), Félix (1931) o Julián (1960), son algunos de los “Cañas” que vieron y han visto en los barquillos un modo de vida. El negocio, completamente familiar, enseñaba a algunos de la familia a ser barquilleros, es decir, venderlos; y a otros, a hacerlos. El secreto del cubanito, el parisien, la oblea, el cono o el corto, sólo lo tienen ellos.
Horneados sin levadura, pero con azúcar y miel, el negocio sufrió una fuerte crisis en la posguerra por la falta de estos condimentos al igual que la harina. Años más tarde, los barquilleros se vieron reforzados y volvieron con una nueva tradición: vestirse de chulapos para venderlos.
Bajo la hipótesis de cómo hacer que los barquillos vuelvan al día a día de los madrileños, llama la atención la tradición del negocio familiar. Como muchas familias de artesanos, los barquilleros pasan de generación en generación lo que complica la masificación en ventas. Por este motivo, llegar a un acuerdo con otras familias interesadas en el negocio que se comprometan a pasar de generación en generación la tradición y así ayudar en la “expansión” de los barquilleros por Madrid, sería una buena solución.
Encontrar barquilleros por todo Madrid y no sólo por las zonas más turísticas como puede ser la Plaza Mayor, El Retiro o las ferias de San Isidro o La Almudena; hace que se convierta en algo común para los madrileños, que no sean ellos quienes se extrañen al ver una ruleta. Se trata de adaptarse a zonas de ocio como la Plaza de España, de compras como la Calle Claudio Coello o Serrano, y zonas de paso como Alberto Aguilera o el Paseo de la Castellana. De este modo se dejaría de asociar el barquillo únicamente a “capricho de guiri” y pasaría a ser un “modo de vida”.
A pesar de volver a instaurarlo como costumbre madrileña, el turista no puede verse rechazado ya que siempre es un comprador potencial al que hay que satisfacer. Por eso asistir a más ferias nacionales e internacionales para que el turista venga a Madrid buscando al barquillero en lugar de simplemente toparse con él, aumentaría la demanda.
Innovar en el contenido del barquillo es algo que está en marcha. Ya no se ve un simple barquillo de miel sino que se le añaden condimentos como nata o chocolate. Pero vayamos más allá. El comprador se verá más atraído por las mermeladas, las nueces con miel o el sirope de arce que se pondrá encima de los barquillos.
Pero innovar no debe significar perder la tradición, sino más bien recuperarla, por eso volveremos al “Juego del Clavo” para vender los barquillos. El juego consiste en pagar y tirar la ruleta tantas veces como se quiera consiguiendo todos los barquillos que se pueda sin caer en la casilla del clavo, lo que supondría que se pierden todos. Si se va acompañado, todos tiran la ruleta, el que caiga en el número más bajo de la ruleta, paga los barquillos. Para conseguir la aceptación entre turistas extranjeros, los carteles donde se explicaría el juego se traducirían a distintos idiomas.
La cultura española tiene el plus del boca a boca: la interacción entre vendedor y comprador es prácticamente innata y siempre natural. Las tres o cuatro generaciones que conviven de las familias son un público perfecto, ya que el barquillo no tiene un comprador concreto. Los mayores y jóvenes que han visto desaparecer la tradición poco a poco sienten nostalgia por tiempos pasados, y los niños se ven atraídos por la ruleta, el dulce y el canto del barquillero.
Ese es el aspecto a explotar de nuevo. Antiguamente se cantaba una canción para atraer al cliente, ¿por qué no volverlo a hacer? No sólo canciones sino rimas de la época como “¡barquillos de canela y miel, que son buenos pa’ la piel!”.
Plantear el proyecto en forma de: BARQUILLOS VERSUS CHEETOS. El objetivo es conseguir que los niños se vean más atraídos por un barquillo que por una bolsa de patatas o bollería industrial.
El motivo de querer recuperar al barquillero tradicional es, sobre todo, la nostalgia. No hace falta ser madrileño para sentir la pérdida de tradiciones y sobre todo, la pérdida del espíritu tradicionalista en los niños de ahora.
Volver al pasado puede no ser retroceder.
Fuente:
Workshop: Madrid Memoria
http://madridmemoria.iedne
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