por Nazario Yuste.
A las madres que se tuvieron que marchar dejándonos huérfanos, a las que nos dejaron la vida resuelta. A las que miran por la ventana cuando oscurece para ver si llegan sus hijos. A las que duermen poco, resolviendo en la noche los problemas del día. A las que nadie les dice que las quiere. A las que se lo dicen a cada instante. A las que viven más la vida de los demás que la suya propia. A las que son muy felices, a las que son muy infelices. A las madres de mayo, que siguen dando vueltas a la pirámide. A las madres que no pudieron tener hijos, a las que tuvieron más de los que podían criar. A las que siempre tienen la palabra justa. A las que nunca saben qué decir por si molestan. A las que entregan su vida por un “te quiero” que a veces no llega. A las que hacen las camas de todos, a las que friegan los suelos de todos, los platos de todos.
A las madres que lo saben todo y no preguntan nada, a las que no saben nada y lo preguntan todo. A las que cuidan a los nietos y luego no tienen quien las cuide a ellas. A las que envejecen detrás de unas gafas viendo sus salones más grandes que nunca y más vacíos. A las que nunca llevan suficiente dinero en el monedero para darse un capricho, a las que se dan todos los caprichos que quieren. A las madres que tienen que decir adiós a un hijo. A las que siempre tienen la solución a tu problema, a las que no encuentran jamás la solución y lloran a escondidas, a las que lloran en público. A las que no pueden más pero no se les nota, a las que sí se les nota. A las que se cansan de vivir y a las que se cansan de morir un poquito cada día. A las que se enamoran constantemente y a las que nunca se han enamorado.
A todas las madres, mi cariñosa felicitación en este día por ser criaturas de carne y hueso que, además de sus hijos, tienen también sus propios sueños, aunque no los manifiesten.
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