“Las Divinas", como yo las llamo, no fueron un grupo organizado ni una cofradía nocturna, sino un fenómeno espontáneo nacido en un Madrid que aún respiraba libertad por cada esquina. En los ochenta y en los noventa la noche madrileña tenía un magnetismo especial, y una parte esencial de ese encanto lo pusieron las mujeres que la habitaban. Algunas eran modelos, otras actrices, otras misses, otras cantantes, otras simplemente chicas que destacaban por su presencia, su estilo o su manera de estar. Todas formaban parte de un paisaje que hoy pertenece a la memoria.
En los años ochenta, la ciudad se llenaba de modelos que daban forma a la noche sin necesidad de escenario. Entre ellas estaban Alicia Moro, Paloma Morales, Roxana Dipré, Ángeles Belmonte, Pilar Rey, Mamen del Valle, Lourdes Soto, Damaris Montiel Guevara, Amalia García Obregón, Vicky Hombravella, María y Blanca Suelves, Herminia Díaz-Deus, Mapi Guerra, Candela Dolado, Margarita Vallejo, Rosy Torres, Sara Sanders, las hermanas Toledo, Luz Vidal, Jacqueline de la Vega, Paloma Guerra, Isabel Bastos, Diana Mendoza, Elsa Gallego, Carmen Manzano, Pilar Génova, Lola del Páramo, Malgorzata Dobosz, Vaitiare y Gianinna Faccio. Eran habituales de locales que hoy forman parte de la memoria colectiva: Pachá, su Cielo, Archy, Joy Eslava, OH Madrid y también Lista 5, un bar pequeño que monté y que siempre estaba lleno, conocido por atraer a muchas de las chicas más guapas de la época. A esa geografía nocturna se sumaban otros dos lugares que marcaron un estilo propio: Rosetta, el bar de Rosetta Arbex, convertido en punto de encuentro constante de la sociedad más in del momento, y Bianco, de los hermanos Larrea y de Toñín de Ulibarri, igualmente frecuentado y muy presente en la vida nocturna de aquellos años.
Aquel Madrid recibió además a muchas modelos internacionales. El puente invisible que las unía a la noche madrileña era Marilé Zaera, la célebre RRPP del Cielo de Pachá, que no solo las recibía sino que muchas veces las acompañaba, las introducía en la ciudad e incluso las alojaba en su propia casa. Gracias a ella, mujeres llegadas de París, Londres, Roma o Nueva York acababan integradas en la noche madrileña como si hubieran nacido en ella.
Los años noventa trajeron un cambio de atmósfera y nuevos escenarios: Stella, Morocco, Fortuny como icono de la década, Hanoi, Bagatelle, Honky Tonk, Carbones y El Diezy7, que fue el primer bar de música en vivo de Madrid con un grupo musical residente estable, un concepto poco habitual entonces y que encajaba con esa tendencia que siempre tuve de aportar algo distinto cada vez que montaba un local. Aquel formato convirtió el bar en un punto de encuentro imprescindible para quienes buscaban una noche diferente en la ciudad. En esa época se sumó una nueva generación de modelos que también dejaron huella: Estefanía Luyk, Nieves Álvarez, Eugenia Silva, Inés Sastre, Cristina Piaget, Mar Flores, Sandra Ibarra, Martina Klein, Laura Ponte, Laura Sánchez, Bimba Bosé, Bibiana Fernández, Enriqueta Domínguez, Two Yuppa, María Pineda y Mar Saura.
A este universo se unían las misses más visibles de la época: Amparo Muñoz y Lola Forner —ambas, además, excelentes actrices—, Raquel Rodríguez, Esther Arroyo, Garbiñe Abásolo, Sonsoles Artigas, Remedios Cervantes y Eugenia Santana. También las azafatas que provenían de programas de enorme audiencia: del “Un, dos, tres” surgieron Victoria Abril, María Casal, Lydia Bosch, Silvia Marsó, Alejandra Grepi, Isabel Serrano, Beatriz Escudero, además de Nina Agustí, Paula Vázquez, María Abradelo, Marta del Pino, Irene Foster y Marta de Pablo; del “Precio Justo”, Ivonne Reyes, Beatriz Rico, Paloma Marín, Paloma Arimón, Eva Pedraza, Verónica Mengod, Regina Echavarría, Margarita Medina y Arancha del Sol; del “Telecupón”, Makoke Giaever, Lely Céspedes, Alba Greco y Elsa Pataky. También Gema González, del programa de las Mamachicho.
En la música, además de las cantantes de mi propio bar, El Diezy7 —que contó desde el inicio con un grupo musical residente estable cuya continuidad definió el espíritu del local— actuaban allí Patricia Velasco, Paz Sacristán, Helen de Quiroga, Romy Abradelo y Celinda del Pozo. Junto a ellas, formaron parte de la vida musical de aquellos años Sol Abad de Objetivo Birmania, Marite Campilongo —líder de Rubi y Los Casinos—, Rosario Flores, Marta Sánchez, Denise Ortiz, Andrea Bronston, Bolico Ausín y Sonia Cruz de High Sink.
Entre las bellísimas actrices que se dejaban ver en la noche madrileña estaban Jenny Llada, Loreta Tovar, Victoria Vera, Flavia Zarzo, Isabel Luque, Maribel Verdú, Emma Suárez, Adriana Vega, Silvia Tortosa, Silvia Gambino, Ana Obregón, Ángela, Paula y Mónica Molina, Concha Rosales, Carla Hidalgo, Beatriz Elorrieta y Alejandra Torray.
Existía también un amplio grupo de mujeres que, sin pertenecer al mundo del espectáculo, formaban parte del ambiente y de la vida nocturna con tanta naturalidad, estilo y belleza como las anteriores. Entre ellas estaban Francesca Garrigues, Mónica Schwartz, Elisa García Nandi, Teresa de la Cierva, Marta Barroso, Beatriz Cimadevilla, Pilar Gala, Blanca Guilabert, Mercedes Onieva, Beatriz Loma, Ana y Bárbara Pardo de Santayana, Fátima González-Aller, Carolina Zapata, Blanca López Chicheri, María Fernández de Córdoba, las hermanas Angeles y Almudena Maroto, Mónica Sobrino, Myriam Torrico, Sofía Torroja, Piluca Ordovás, Beatriz Santos, Clara Belzuz, Teresa Gabarra, Myriam Santos, Maribel Pattier, Paloma de la Concha, Pilar Medina, Laura Boyer, Carmen Arbex, Paloma Robles, Rosa Mediavilla, Natalia y Verónica de la Guardia, María Gayoso, Mar de la Pedrosa, Susana Lago, Marisa Zamorano, Eva Carreño, Carolina Pita, Cristina Solís, Susana Boluda, las hermanas Hernández Gil, las Lozano o las Escrivá de Romaní.
También tenían un papel relevante las RRPP que mantenían encendida la vida social de la ciudad: la ya citada Marilé Zaera, Marta del Pino, Vicky Hombravella, Lourdes Barroso, Maika Pérez de Cobas, Maika Artiach, Meye Ortiz, Teresa Fernández, Rosetta Montenegro, Roxana Dipré, Sol Reino y Martha Castellanos.
Entre las periodistas visibles en la noche estaban Marta Robles, Lidia Lozano, Beatriz Cortázar y Sonia Segura.
Entre las damas de alta sociedad cuya presencia era habitual en la vida social madrileña figuraban Marta y María Chávarri, Carmina Ordóñez, Sofía de Habsburgo, Isabel Sartorius, Simoneta Gómez-Acebo, María Zurita y Sonsoles Suárez.
Y, por su parte, la fotógrafa Silvia Polakov era también una presencia constante en aquella escena madrileña.
No era cuestión de ser más o menos guapas o conocidas. Era la chispa que llevaban consigo. Su entrada en un local provocaba un cambio inmediato en la atmósfera: más luz, más ritmo, más ganas de quedarse. Por eso los sitios donde aparecían se llenaban sin necesidad de reclamos ni estrategias; bastaba su presencia.
La vida de una actriz, de una modelo, de una presentadora o incluso de una azafata de vuelo tenía horarios caprichosos, temporadas altas y bajas, semanas de rodaje, días sin sesiones y madrugadas libres. Esa irregularidad causaba justo lo contrario en la noche: continuidad. Por eso había ambiente todos los días, no solo los fines de semana. Un martes podía parecer un viernes, un domingo podía llenar tanto como un sábado. Tenían ganas de salir, de desconectar, de divertirse, y esa energía convertía cualquier noche en una ocasión. La noche madrileña vivía porque ellas también vivían, y los hombres, mientras tanto, nos adaptábamos a su ritmo sin darnos ni cuenta.
Una curiosidad de ese mundo es que no existía una frontera clara entre edades. En profesiones liberales como las suyas, la diferencia generacional era natural: había actrices veteranas compartiendo barra con modelos veinteañeras, periodistas de renombre conversando con presentadoras recién llegadas a la televisión, azafatas experimentadas junto a otras que empezaban. Como todas cambiaban de trabajo, de producción o de proyecto cada poco tiempo, esa convivencia era fluida, fácil, sin tensiones. Madrid siempre fue una ciudad que mezclaba, pero en aquella época esa mezcla era absoluta.
La esencia de la noche se mantuvo durante años, pero también cambió. Los 80 fueron una explosión: libertad, descubrimiento, desenfado. Los 90 fueron la profesionalización del ocio… y también el inicio de su deterioro. Muchos empresarios dejaron de confiar en aquel modelo cuidado y personal y se pasaron a “la pela”. La música cambió, nuevas drogas entraron en circulación, las brigadas de camareros ya no eran las de antes y el cliente dejó de ser atendido con el mimo de la época dorada. Incluso los RRPP, antes figuras clave que sabían de verdad mover un local, acabaron convertidos en la versión moderna de los tarjeteros de playa: ahora con listas interminables y la absurda pregunta de “¿a quién vienes a ver?”. ¿Y si conocías a todos? Un método tan ridículo como ajeno al espíritu de aquellos años.
Entraban en un sitio y lo revolucionaban. Salían, y el ambiente cambiaba. Volvían a aparecer en otro y todo se encendía de nuevo. Causaban sensación sin proponérselo. Eran las que, sin saberlo, hilaban la noche madrileña: unían Pachá con Joy, o Archy; Rosetta con Vanity o Mau Mau; Bianco con Keros o Snobíssimo y Lista 5 con el Diezy7, Fortuny o con Honky Tonk. Su simple desplazamiento creaba un mapa nocturno en movimiento que todos seguían, aunque nadie lo confesara.
Y aun así, todos sabemos que esta lista no puede abarcarlo todo. En aquellos años había muchas mujeres que formaban parte de la noche madrileña, algunas incluso con más presencia en determinados locales que varias de las que aparecen aquí. Pero la diferencia era otra: estas que figuran en el capítulo eran reconocidas en cualquier sitio al que fueran. Daba igual el bar, la discoteca, la terraza o el día de la semana; allí donde entraban, todo el mundo sabía quiénes eran. Otras mujeres, igual de atractivas y queridas, brillaban también, pero su presencia dependía más del lugar o del momento. Este texto simplemente recoge a las que tenían esa visibilidad constante, esa presencia que trascendía los locales concretos. Pero la lista de “divinas” de la noche de Madrid fue mucho más amplia que la que aquí figura. Existen otras muchas que, aunque sus nombres no aparezcan aquí, también fueron importantes y son recordadas, formando parte de esta memoria.
(En memoria de las que ya partieron llevando más belleza, si cabe, a los Cielos, habiendo dejado aquí en la tierra su puros y maravillosos corazones).
Felipe Pinto.




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