"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

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miércoles, 10 de diciembre de 2025

OTROS LUGARES DE CULTO DE LA VILLA Y CORTE

 


Hablar del ocio de Madrid no es hablar de luces, ni de alcohol, ni de música. Aunque mucha gente piensa que el ocio es algo que ocurre únicamente por la noche, lo cierto es que hay horas del día en las que también se vive con intensidad, con interés y con contenido, y por eso existen lugares que, a lo largo de los años, han funcionado como auténticos puntos de referencia social. Algunos eran nocturnos, otros diurnos, otros se movían en ese terreno intermedio en que la tarde se convierte en sobremesa y la sobremesa en tertulia, y otros eran simplemente sitios donde se estaba porque se estaba bien. Lo importante no era la luz del horario, sino la calidad humana del ambiente. Madrid ha tenido muchos bares, cafeterías, restaurantes y locales de moda, pero solo unos pocos fueron verdaderamente decisivos para la vida de la ciudad. Fueron lugares donde la gente se reunía natural y habitualmente, no porque estuvieran de moda, sino porque allí se encontraba algo que merecía la pena. Perduran en la memoria porque crearon costumbre, hicieron ambiente y se convirtieron en escenarios de convivencia real. En ellos se habló, se escuchó, se debatió, se conspiró, se rió y se pensó. En ellos la amistad se cultivaba, la información circulaba y la conversación tenía peso. No eran sitios para posturear, sino espacios donde la gente iba porque quería estar y porque sabía que iba a encontrar algo que la vida cotidiana no ofrece en cualquier parte. A lo largo de este capítulo me referiré a seis lugares de Madrid que he elegido porque creo que cumplieron esa función de manera continuada y natural. No competirán entre sí, porque cada uno tenía su personalidad y su papel. Chicote, el Café Roma, el Whisky Jazz Club, el Pentagrama, el Café Gijón y Embassy fueron, cada uno a su modo, centros de ocio auténtico, sin artificios y sin necesidad de marketing. No imaginaron ser templos ni altares pero lo fueron, ni pretendieron ser leyenda, pero lo son porque allí se desarrolló una vida social de la de verdad, y eso queda en los anales de la historia.


- CHICOTE

Hablar de Chicote es hablar de la Gran Vía como pocos la han vivido. Allí apareció en 1931 un local que no pretendía ser simple bar ni simple coctelería, sino espacio donde Madrid se asomaba al mundo civilizado sin necesitar pasaporte. Perico Chicote, que venía del Ritz con un dominio absoluto del oficio, convirtió aquella barra en sitio donde no solo se bebía bien sino donde se estaba bien. Chicote era un punto de encuentro, no un local de paso, y por allí podían coincidir diplomáticos, artistas, militares, periodistas, actores o simplemente madrileños con mundo. No es leyenda que Hemingway, Sinatra, Ava Gardner o Grace Kelly cruzaran esa puerta; no lo hacían para ser vistos sino porque allí se estaba con naturalidad y discreción, sin exageraciones ni gestos teatrales. Desde 1947, con la apertura del Museo Chicote y sus miles de botellas, el local adquirió una personalidad aún más singular. Con la muerte de Perico en el 77 decayó parte del esplendor, pero el carácter se mantuvo porque era un local que tenía identidad propia, entendida por sus camareros y por su clientela. Chicote fue, durante décadas, el sitio donde la conversación y la copa tenían peso específico, donde la palabra valía algo, donde no necesariamente ocurría nada espectacular pero donde era fácil percibir que uno estaba en presencia de lo auténtico.

Y, casi como prolongación natural, estaba Le Cock, el reservado discreto situado en la parte trasera de Chicote. En los 80 y 90 fue un punto de encuentro muy especial. Allí coincidían directores de cine como Pedro Almodóvar, periodistas de peso como Luis María Ansón, productores como Andrés Vicente Gómez, humoristas como Tip, actrices como Victoria Abril, y algún político que prefería la penumbra a los focos. No había ruido sino conversación; no había pose sino complicidad. Era el rincón donde Madrid hablaba más bajo y pensaba más alto, donde se tomaba una copa con pausa, se cerraban acuerdos y se escuchaba a quien tenía algo que decir. Elegancia sin ostentación, discreción sin secretismo: el contrapunto perfecto al Chicote frontal y ruidoso.


- EL CAFE ROMA

El Café Roma, en Serrano esquina a Ayala, cumplía una función distinta pero igual de necesaria. No era nocturno, sino punto natural para el aperitivo, para una cerveza tranquila o para la copa de media tarde cuando el día ya estaba andando. Allí se encontraba la gente que no buscaba espectáculo sino mesa, conversación y trato. La gran mayoría de la clientela se conocía. Tanto mañanas como tardes reunían a vecinos, señoras, caballeros y estudiantes fieles y hacia la noche el Roma se llenaba de quienes venían de cenar o de ver a amigos y preferían terminar el día en ambiente civilizado y sin estridencias. La barra era larga y con madera barnizada; las mesas, bien distribuidas; los ventanales de guillotina tenían una estética que fue propia del barrio durante décadas y, aunque hoy ya no existe ese espíritu, quienes lo conocieron recuerdan que allí se hablaba con pausa y con respeto. El Roma era un salón social discreto, centro de gravedad del barrio, un lugar donde se trataban asuntos menores y mayores con naturalidad. No pretendía ser nada especial, y precisamente esa falta de pretensión lo convirtió en lugar de culto nacional.


- WHISKY JAZZ CLUB

El Whisky Jazz Club, en Diego de León, fue otra cosa completamente distinta. Allí no se iba a hablar sino a escuchar. Fue el local que acercó el jazz verdadero a Madrid y que lo hizo sin posturas afectadas ni elitismos artificiales. Durante más de treinta años pasaron por su escenario los grandes nombres nacionales e internacionales, desde Pedro Iturralde, Jaime Márques o Tete Montoliu hasta Dexter Gordon o Donald Byrd, y lo que resultaba extraordinario no era que actuaran allí sino el tipo de público que coincidía: jóvenes, intelectuales, profesionales, artistas, magistrados, periodistas, gente de televisión, aficionados ávidos de música de verdad. El Whisky Jazz era nocturno sin estridencia, era musical sin exhibición, y tenía esa cualidad rara de que uno se sentía parte del ambiente desde el primer momento. Fue lugar de aprendizaje musical para muchos y punto de referencia de la noche bien entendida. Cuando cerró definitivamente en 1995 no desapareció un local, desapareció un estilo de vida nocturna inteligente.


- EL PENTAGRAMA

Otro referente, pero con personalidad totalmente distinta, fue el Pentagrama, en la calle de La Palma. Ese local fue una pieza clave de la Movida madrileña y no como museo sino como espacio natural donde se desarrollaba la vida nocturna creativa de la ciudad. Allí coincidían músicos, fotógrafos, cineastas, periodistas, jóvenes con ganas de escuchar y con ganas de proponer. El Penta no era discoteca ni bar clásico, sino el lugar donde la música era el centro de gravedad. Allí se intercambiaban discos, ideas y maquetas; allí se escuchaba lo que aún no sonaba en España; allí Antonio Vega, Los Secretos, Nacha Pop o Burning compartían local sin necesidad de artificio. Los DJs de Radio 3 transitaban el local, y el Penta fue referencia porque tenía autenticidad. Era castizo, musical y directo. En los 90 el local pasó por dificultades, igual que el barrio, pero sobrevivió porque formaba parte de la identidad emocional de muchos madrileños. No era un sitio de espectáculo, era un sitio de verdad.


- EL CAFE GIJON

El Café Gijón fue el territorio de la tertulia. En el bulevar del Paseo de Recoletos, su terraza en verano y su salón en invierno eran sitio donde se hablaba, se pensaba y se escuchaba. No era nocturno propiamente dicho, pero en verano cerraba hacia las dos de la madrugada y en invierno alrededor de la una, y los fines de semana un poco más tarde. Ese horario lo convertía en el último puerto civilizado antes de recogerse. Su clientela era variada pero con una característica común: todos iban allí porque la conversación tenía sentido. Por sus mesas pasaban periodistas, escritores, intelectuales, gente con criterio propio y también quien sabía escuchar. El Gijón tenía personajes singulares que fueron parte del local tanto como la barra o la terraza: Alfonso González Pintor, “el cerillero”, que vendió tabaco durante treinta años y vio pasar la vida con una dignidad que mereció placa; Timotea Conde, “madame Pimentón”, presencia constante y pintoresca; Ignacio María de San Pedro, “don Cristobalía”, vendedor de versos con pretensiones poéticas; y tertulianos que, incluso tras haberse encontrado en bandos contrarios en la guerra civil, recuperaron allí la amistad. El Gijón era eso: conversación, sobremesa, reflexión. No había pose. Había autenticidad.


- EMBASSY

Embassy representó la elegancia discreta. Fundado por la inglesa Margaret Kearney-Taylor, dio a Madrid algo que no tenía: un salón de té con rigor inglés, con productos hasta entonces desconocidos como el Welsh rarebit, los scones, los puddings o ciertos muffins, y con ese “té especial” que permitía a las señoras tomar whisky o ginebra en tetera cuando el decoro lo exigía. Embassy fue punto de encuentro natural de diplomáticos, políticos, funcionarios y gente de alto perfil, pero siempre en un clima de discreción. Su ubicación, rodeado de embajadas, le daba una dimensión especial. Durante los años oscuros de Europa sirvió de refugio para judíos perseguidos; en los 80 y 90 fue local civilizado, con clientela variada pero exigente, y su cóctel de champagne fue casi tan conocido como su pastelería fina.

Entre su clientela se contaban personajes como el Rey Juan Carlos I, Javier Elorrieta, Paquirri, Leopoldo Calvo-Sotelo, Esperanza Aguirre, Fernando Vizcaíno Casas, Lola Flores, Juanjo Rocafort, Miguel Bosé, Miguel de la Quadra-Salcedo, además de visitantes extranjeros como Pierce Brosnan, Cantinflas, Viggo Mortensen y John Travolta, que cuando venían a Madrid hacían parada obligatoria en Embassy. La lista podría alargarse, pero estos nombres sirven para mostrar el equilibrio que definía al lugar: elegancia sin ostentación y civilización sin artificio. Embassy fue sitio donde se trataban asuntos serios sin levantar la voz, donde la tertulia se cruzaba con la discreción, donde el silencio tenía sentido y donde no era necesario exhibirse para ser bien recibido.


Estos seis lugares formaron parte real de la vida madrileña durante muchos años, no porque fueran locales espectaculares ni porque se publicitara su existencia, sino porque tenían un valor social auténtico. Muchos bares han abierto y cerrado, muchos locales fueron conocidos durante un tiempo y desaparecieron sin dejar huella, pero estos lugares no se borraron de la memoria porque en ellos se vivió algo distinto: el ocio entendido como convivencia, como conversación, como música, como elegancia, como tertulia, como punto de encuentro natural entre personas que no buscaban escapar de la realidad sino compartirla. Su relevancia no se explica por la grandiosidad de ningún acontecimiento, sino por el uso constante que la ciudad hizo de ellos. Durante décadas, Madrid encontró en estos espacios la posibilidad de estar, hablar, escuchar, reír, acordar y hasta discrepar con educación. Allí las tardes eran largas sin ser pesadas; las noches eran intensas sin convertirse en exageración; los desayunos eran pausados sin caer en la rutina; las sobremesas eran conversaciones y no monólogos. No existía la prisa histérica que marcaría más tarde otros tiempos, porque el ocio no era un consumo ni un espectáculo sino una relación humana mantenida con naturalidad. Es importante recordar esto porque esa forma de ocio ya no existe en muchos sitios de Madrid y, precisamente por eso, se entiende mejor el lugar que ocuparon estos locales. Quienes los vivieron saben que no era cuestión de moda ni de apellido, ni de política ni de postureo. En esos lugares se hablaba con criterio, se escuchaba con interés, se incluía al recién llegado sin necesidad de protocolos, se sabía quién era quién sin necesidad de nombres escritos y se reconocía el tono inteligente de una conversación sin recurrir a exhibicionismos. Fueron sitios donde el ocio era civilizado, y esa palabra resume mucho mejor su función que cualquier etiqueta. Mirar hoy hacia Chicote, el Café Roma, el Whisky Jazz Club, el Penta, el Café Gijón o Embassy no es nostalgia ni exaltación del pasado, sino una forma de reconocer cómo vivió Madrid cuando la palabra tenía valor y cuando los lugares eran importantes porque las personas lo eran. Cada uno cumplió su papel en la ciudad sin pretender nada y, precisamente por eso, todos ellos forman parte de la memoria más sólida del ocio madrileño. Y aunque el tiempo haya cambiado la apariencia de la ciudad, lo que esos locales representaron sigue siendo referencia de lo que significa estar en Madrid con contenido, con carácter y con vida.

Felipe Pinto.

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