Amigos, sigamos nuestro sueño: la vida continúa, celebremos que aún se siente nuestro paso. Volamos por mares de quimeras, cruzamos tempestades de abrazos, navegamos estaciones de risas y marcamos nuestros silencios. Perdimos amigos en el camino, ganamos más de lo que imaginamos y hoy, serenos, nos damos cuenta de que competir no es ganar el tiempo.
Supimos sentir la vida sin filtros, sin miedo y sin medida. La tocamos con las manos, la mordimos con los dientes, la bebimos a sorbos grandes, incluso cuando dolía. La vivimos de verdad: intensa, luminosa, imperfecta, inviolable, inolvidable…
Hoy, desde esta orilla del tiempo, fuera tristeza, fuera arrepentimiento. Que se abra paso la luz suave de la plenitud cumplida, la gratitud silenciosa de quien no pasó de puntillas, sino dejando huella.
Hijos, nietos —cosechas de la mejor añada— prosiguen el camino; vivirán, pero no lo que nosotros vivimos; inventarán, pero no lo que nosotros fuimos capaces de inventar en noches que nos pertenecían. Pero no importa. Les corresponde a ellos construir sus recuerdos como nosotros construimos los nuestros. Nuestro motivo de vida está cumplido, transformado en memoria, convertido en herencia invisible.
Hagamos que lo que nos queda sea una fiesta de alegría profunda, de conciencia, de gratitud. Bailemos en romance con la vida, confiados, sin temor a que la música se apague: el ritmo no depende ya del tiempo, sino del alma.
Abracemos cada instante como si valiera un mundo: un mundo de verdad vivida, un mundo de amor y sentimientos, de impulso, de corpóreo privilegio.
De hoy en adelante, pase lo que pase…
Lo bailaremos.
Lo brindaremos.
Lo viviremos.
Hasta el último compás.
Felipe Pinto.




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