Se habla poco de este tipo de desorden, pero existe.
El hombre se desordena no solamente por sus amores, sino también por sus
desamores. Así como hay personas que son propensas a los apegos, así
también las hay inclinadas a los desapegos, es decir, a las aversiones o
fobias.
Cuando alguien se deja llevar del perfeccionismo y espera que todas las
personas bailen al ritmo que él les toca, entonces viene fácilmente el
desencanto respecto a esas personas, y el consiguiente rechazo de ellas.
El desamor contra personas suele expresarse con frases como, “no lo puedo ver ni en pintura”, “no lo trago”, “no lo resisto”.
No faltan quienes vuelcan su intolerancia contra lugares.
Ciertos individuos no encuentran clima que les asiente, ni paisaje que
les llene. Siempre quieren mudarse de casa, barrio y ciudad. Andan como
nómadas profesionales en busca de un lugar ideal que sólo existe en la
imaginación. Quizás hayan hecho suya la frase ilusa del padre de la
escritora Marguerite Yourcenar: “Siempre se está mejor en otra parte”.
Ya lo decía muy bien Tomás de Kempis: “La imaginación de cambios y de
Lugares a muchos hizo caer”. La inconformidad con las criaturas puede
extenderse a cargos, puestos de trabajo e instituciones. Hay personas
que no cuajan en ningún contexto social. No pueden manejar los
inevitables contratiempos y conflictos que surgen en todo ámbito de
convivencia humana. Creen que resolverían el problema huyendo de la
situación en que se encuentran. De esa manera, nunca se comprometen a
fondo con mejorar las cosas. Siempre se encuentran provisionalmente en
todo lugar; es decir, como de paso. Esa actitud puede enmascararse de
virtuoso desprendimiento, cuando en realidad no pasa de derrotismo,
pusilanimidad y debilidad de carácter.
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