La violencia, a la que se suele referir la gente y que más suele criticar es por ejemplo, cuando unos exaltados queman un contenedor o destrozan una farola, o se manifiestan de manera radical u ocupan una librería o una sede de un partido “democrático” por poner ejemplos.
¿Eso es violencia? Pues vale, sí.
Pero la verdadera violencia es la que se ejerce de modo legal.
- Violencia son los miles de desahucios.
- Violencia es que, gracias al sistema capitalista actual, una élite financiera domine todas las naciones.
- Violencia son los recortes en sanidad.
- Violencia son los recortes en justicia con las tasas de Gallardón, que hacen de la justicia un juego sólo apto para ricos.
- Violencia son los recortes en educación.
- Violencia es ya no sólo permitir legalmente el separatismo, sino fomentarlo.
- Violencia es que ni un solo diputado del Congreso “español” se indigne siquiera cuando oye un discurso secesionista.
- Violencia son seis millones de parados.
- Violencia son los datos de desnutrición infantil en España
- Etc...
Pues bien, la violencia, pese a esa mentalidad burguesa liberal que se nos inculca desde niños y que hoy parece convertida en dogma en la sociedad actual, no siempre es rechazable.
Acaso no estaba legitimada la violencia contra dictadores sanguinarios como, por ejemplo, Stalin o Hitler? Claro que sí.
¿Acaso no se puede usar la violencia (legal obviamente), mediante el ius puniendi del Estado, contra el delincuente, contra el asesino, contra el violador, contra el ladrón? Claro que sí.
La violencia, como método de actuación y como norma, por supuesto que es inadmisible. Es más, es aborrecible.
Pero no toda violencia es ilegítima. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino (a quien le debemos el ser el verdadero germen de los derechos humanos) dice que el rebelarse contra una ley injusta es legítimo.
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