La siento alborotada. El amor tiembla en sus alas. La veo caminar por mis pupilas, marchita de tristezas, estropeada de dolores, agitada de alegría, arropada de nostalgia.
Pasa desafiante, como amazona que flecha su ternura en la costilla izquierda del humano, aguerrida como flor sedienta de justicia, angustiada como madre en busca de un hijo perdido. A veces deambula entre las mesas de la soledad, sacudiendo con impotencia la indiferencia de mujeres, de hombres, fijando sus dardos en las poltronas del poder.
Por la mañana, musical como el aleteo del primer beso; por la noche, ensimismada en un rezo.
Nunca se por que geografía va a deambular. Tal vez sea rubia, morena, pelirroja o tal vez con pelo cano; acicalada o desaliñada; no le importa demasiado, porque tarde o temprano, los maquillajes se derrumban y muestran el rostro real del ser.
Su ropaje de cada día es un misterio. Sólo le importa tocar los corazones, sacudirlos, sensibilizarlos. Hablar de la vida, de la muerte, de las aves que despluman con el canto el silencio del horizonte.
Cuando alguien se enamora de ella y por más que quiera hacerlo, no puede abandonarla.
Sí, allí está, siempre presente, para expresar lo incomprensible de lo que yace en las astillas del ser; para sujetar la desesperación, para conversar con nuestro Dios desde la raíz de lo pequeño, desde la humildad, desde lo simple, desde lo frágil.
Ella elige, desde el origen de la vida, quien es merecedor para tomar su mano y llevarlo consigo por el tiempo. Le basta con mirar a los ojos y dejarse seducir por la gota de un sentimiento resbalando en un gesto, en una caricia, en una palabra.
Sueña con ser la compañera de todos, con navegar en vientos líricos.
Se aparece en insomnio vestida de grito, de clamor por las risas adolescentes que no llegan a florecer, de guerra a los que ansían la propiedad del mundo, a los que se creen únicos dueños de la verdad, a los que oprimen con enfrentamientos, con recetas económicas, con autoritarismos que prometen equidad, con dictaduras, nepotismos, demagogias...
Es capaz de bailar en metáforas, en los pentagramas del aire; de engordar la dicha y conjugarla; de desmenuzar la pena y repartirla; de vencer el pudor del verbo y salir al encuentro de los hombres; de hacerse ver en las lágrimas de un niño, en la fiebre del hambre, de la miseria; de lamer el sudor de las manos de la pobreza del campo.
Vagabunda de la historia, encaramada en revoluciones, restaurando la memoria de los que olvidan fácilmente, liderando la afonía de los justos, pasivos en denuncias de privilegios, corrupciones, tropelías.
Radiante o deprimida, nunca vencida, prefiriera ser portavoz del amor, delegada de pasiones, representante de la vida. Podría revelar en un instante la desnudez de la inocencia, de la Paz; la endeblez de la existencia, la absurdidad del tiempo.
Quien de ella se enamorara, puede regar los sentidos de su alma y enarbolar la dignidad, para mirar de un modo distinto, sin tanta queja, lo que es la expresa realidad, mientras ella fantasea con besar sonrisas y lágrimas, auroras y ocasos, luces y penumbras.
Ansía que niños, jóvenes, mayores y ancianos la hagan suya. Seguro, así, habría menos intolerancia, pesimismo, incomunicación, desesperanza, violencia.
Desprecia, con tristeza, a los regímenes autoritarios como los comunistas o socialistas, que la exhiben como suya, cuando por el contrario, lo que hacen es abusar de ella, invadiendo la de otras personas o colectivos y convirtiéndola en su antítesis, el libertinaje.
Y esto no puede ser permitido porque ella es la llama que calienta el alma, es la comunión, es la esencia derramada en el corazón del otro, es la única y genuina LIBERTAD.
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