No, tajante.
Quien le grita (cada vez, mucha más gente), si lo hiciera por racismo, también lo haría con el resto de jugadores morenos, amarillos o de otro color de piel. La animadversión se la busca él mismo y viene porque es un futbolista desafiante, prepotente y arrogante, capaz, con sus provocaciones, de sacar de quicio a los rivales, un charlatán con la grada del equipo contrario y agitador de la suya, un verdadero rey de los gestos y de los aspavientos aparte de ser un jugador que, en muchas ocasiones, finge y exagera las faltas. Y para colmo celebra los goles con ese toque brasileño que se interpreta como una burla hacia los rivales y hacia la afición contraria.
Si el de Río de Janeiro se dedicara a jugar al fútbol, algo que hace muy bien, otro gallo cantaría, pero en vez de criticar su actitud es, inadmisiblemente, recompensado en mimos por su club y por la prensa mediática afín.
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