No es fácil envejecer. Tienes que acostumbrarte a caminar más despacio, a despedirte de quien has querido ser y dar la bienvenida a la persona en que te has convertido, con el pasar de los años, casi sin darte cuenta.
Es difícil cumplir años, hay que saber aceptar un nuevo rostro, con más arrugas y saber pasear con orgullo con un cuerpo más viejo y gastado y también a desprenderse de vergüenzas, de prejuicios y del miedo que da el pasar de los años. Plantearte que hay que dejar que pase lo que tenga que pasar, dejar que se vaya de tu lado quien se tenga que ir y dejar que se quede contigo quien se quiera quedar.
No, no es fácil esto de hacerse viejo...
Hay que aprender a no esperar nada de nadie, a caminar solo, a no tener miedo a despertar solo y a no venirte abajo cada mañana al contemplarte frente al espejo. A aceptar que todo tiene un final y que la vida también se va yendo. A saber despedirse de los que se van, recordar con cariño a los que ya se fueron y a llorar hasta vaciarse, hasta secarse por dentro y que después vuelvan a brotar sonrisas, ilusiones, anhelos...
Pero todas estas dificultades se esfuman en humareda, convirtiéndose en salud del alma, cuando la experiencia adquirida en la vida, te facilita el dar un buen consejo a alguien querido que lo necesita y ver que tus indicaciones resultan vitales para el desarrollo de su felicidad.
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