España vuelve a situarse en el furgón de cola de Europa, y lo hace en algo que no admite demora ni ideología: la vida y la salud de miles de mujeres que padecen cáncer de mama metastásico. Mientras el Gobierno presume de políticas feministas y de igualdad, las pacientes oncológicas claman en silencio por un tratamiento que podría salvarles la vida y que el Ministerio de Sanidad, bajo el mando de Mónica García, ha decidido negar reiteradamente. Durante meses, la Comisión Interministerial de Precios de los Medicamentos, dependiente del Ministerio de Sanidad, rechazó una y otra vez la financiación de dos fármacos revolucionarios: Enhertu y Trodelvy, medicamentos avalados por la comunidad científica internacional, aprobados en toda Europa y que ya estaban disponibles en países como Francia, Alemania o Italia. Solo en España se les dio la espalda a las enfermas por razones económicas. Un tratamiento que cuesta unos 5.000 o 6.000 euros mensuales fue considerado “demasiado caro” por la misma administración que no duda en despilfarrar millones en campañas ideológicas, subvenciones inútiles o fiestas políticas.
Las mujeres afectadas han tenido que levantar la voz y preguntar lo que debería avergonzar a cualquier gobernante: “¿Cuánto vale nuestra vida?”. Y la respuesta, aunque no se atrevan a decirla en público, es clara: para la "pistolera" Mónica García y su Gobierno, vale menos que una pancarta del Orgullo o que un ministerio de propaganda de género. Mientras en el resto de Europa la aprobación de un fármaco tarda una media de seis meses, en España se ha llegado a demorar más de 700 días. Dos años de espera para tratamientos que marcan la diferencia entre vivir o morir.
La excusa de la racionalización del gasto no se sostiene. No es racional dejar morir a una mujer porque su tratamiento cuesta lo que un coche oficial o una subvención a una ONG amiga. No es racional negar la esperanza mientras los burócratas del Gobierno llenan sus despachos de asesores, dietas y duplicidades.
Finalmente, tras meses de presión mediática, campañas de asociaciones y artículos de denuncia, el Ministerio aprobó la financiación, pero con restricciones absurdas y humillantes. La Sanidad solo pagará el tratamiento si se cumplen ciertos resultados, como si la vida humana fuese una apuesta de laboratorio. Los oncólogos lo han dicho alto y claro: los criterios impuestos por el Ministerio son tan restrictivos que muchas pacientes seguirán sin acceder a los fármacos. Se aprueba en el papel, pero se bloquea en la práctica. Una hipocresía cruel que solo busca maquillar una política sanitaria fallida.
Resulta insultante que el mismo Ejecutivo que destina millones a financiar proyectos ideológicos y observatorios absurdos se niegue a invertir en aquello que realmente salva vidas. El problema no es solo económico, es moral. Este Gobierno ha perdido toda noción de lo que significa servir al ciudadano. Prefiere invertir en relatos antes que en hospitales, en pancartas antes que en pacientes, en propaganda antes que en esperanza. La MEMA (Médico y Madre), Mónica García, que llegó al cargo prometiendo una Sanidad humana, feminista y cercana, pasará a la historia por todo lo contrario: por haber abandonado a las mujeres reales —no a las de los discursos— en su peor momento. La MEMA, quien presume de feminismo, se ha convertido en símbolo de indiferencia, dejando claro que, para ella, una vida femenina no vale lo que cuesta un tratamiento.
Hoy, miles de españolas con cáncer metastásico viven pendientes de una decisión burocrática mientras sus familias se arruinan intentando costear un fármaco que ya salva vidas en otros países. Y mientras tanto, el Gobierno sigue ocupando portadas con su falso discurso de igualdad, su feminismo de escaparate y su desprecio absoluto por la realidad. Porque en la España de Sánchez y Mónica García, la ideología sí se financia. La vida, no.
Felipe Pinto




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