A comienzos de los noventa, mientras Madrid empezaba a tomar forma en aquella nueva década, yo acababa de abrir El Diezy7. El local había sido una academia de inglés, un espacio de pasillos estrechos y habitaciones encadenadas, pero con una situación privilegiada que me atrapó desde el primer instante. Estaba en el número 17 de la calle General Martínez Campos, una vía de paso natural entre la Castellana, los barrios de Salamanca y Chamartín y el destino donde terminaban muchas madrugadas: Snobíssimo, la discoteca de moda a última hora. La mayoría de la gente circulaba por aquella calle, y entendí enseguida que el lugar tenía vocación de éxito.
Mi idea era abrir un local de música en vivo, pero distinto a los habituales, que cambiaban de actuación cada noche. Unos meses antes, en mi tradicional viaje de febrero a Playa de las Américas (Tenerife), había descubierto un bar llamado Martini donde un teclista y una cantante interpretaban versiones como los ángeles. Aquello se me quedó grabado. Si allí funcionaba por turismo, en Madrid funcionaría por fidelidad.
Busqué al teclista: Diego Yrigaray, a quien convencí para venirse a Madrid con su hermano.
La cantante ya la tenía elegida desde la época de Vanity: Patricia de Velasco. Tenía presencia, belleza natural, voz, movimiento y ese magnetismo inexplicable que llena un escenario. Los reuní y allí se formó el conjunto que desde el primer día funcionó a la perfección como nuestro grupo musical residente.
El Diezy7 había estallado en éxito y el equipo inicial fue fundamental: Chema Mier como maître, hombre de elegancia natural y trato ejemplar, clave para que el local respirara el buen gusto que pretendíamos; en la cabina, Rafa Sánchez Lasala, íntimo amigo mío, un profesional que sabía leer el ambiente como
pocos y que, lamentablemente, a principios del nuevo milenio nos dejaría
demasiado pronto.; y dos gallegas, Susana Lago y María Gayoso, que hicieron, al principio, una labor de camareras de imagen, para al poco tiempo convertirse una de ellas, Susana Lago, en mi secretaria. Susana más adelante sería directora de La Sal, prueba clara de lo que allí aprendió. María era una morena espectacularmente bellísima y encantadora y cuando venía se convertía en otra atracción para todos los presentes.
Tras la salida de Chema entró como maître Manuel
del Pozo, “Rayito”, venido de Nikkei y uno de los camareros más
conocidos y prestigiosos de Pachá, lo que reforzó una etapa de enorme
éxito. Como relaciones públicas tuve primero a Carlos Fontaneda, y
después, en la segunda fase, a Susana Uribarri, ambos eficaces y muy
vinculados a la vida social de Madrid.
El fin de semana había colas, los días de diario estaban llenos y hasta domingos y lunes —cuando Madrid solía apagarse— superábamos, con creces, el centenar de personas. Me lo tengo que apuntar, aunque suene vanidoso: aquello funcionó porque estaba bien pensado.
Pero en España, cuando algo va bien, enseguida llegan las copias. Surgieron locales similares, algunos incluso puerta con puerta, intentando aprovecharse del flujo de gente que pasaba por General Martínez Campos. Sin embargo, El Diezy7 mantenía algo que no se imita: la identidad por ser el pionero.
El rotundo éxito de El Diezy7 sorprendió a muchos, pero a mí no, porque aquella era mi idea y tenía fe ciega en el proyecto. El local tenía personalidad, energía, modernidad dentro de lo clásico y una atmósfera que no se improvisaba. Desde el primer día se notó que aquello no era ni una copia ni un capricho: era algo nuevo, algo que venía a cubrir, con clase y estilo, un hueco creado por la propia evolución de la noche madrileña.
Musicalmente, El Diezy7 era una fábrica de emociones. Al principio, como ya he relatado, el grupo estaba formado por Diego a los teclados, su hermano Alejandro a la guitarra y por Patricia de Velasco, que marcó una línea de personalidad unida a calidad que sería nuestro santo y seña. Poco después Fede Lladó sustituyó a Alejandro y poco después Paz Sacristán (coros de Julio Iglesias), tan buena cantante como persona y amiga, entró en lugar de Patricia. Cuando más adelante se marcharon tanto Paz como Diego, fue Fede quien asumió la responsabilidad de liderar y sostener el grupo, demostrando que, además de extraordinario guitarrista y compositor, era si cabe mejor persona aún. Bajo su dirección pasaron distintas etapas y en ellas destacaron como como teclistas, Miguel Zelada (High Sink) y Fermín Villaescusa (La Unión), y como cantantes Helen de Quiroga (coros con Miguel Bosé y Alejandro Sanz y componente del Dúo Baccara), Romy Abradelo y Celinda del Pozo. Aquello no era rotación: era riqueza.
A menudo recibíamos artistas invitados, que eran acompañados por nuestro grupo. Y no venían por conveniencia, venían porque allí se encontraban a gusto. Era habitual ver a Juan Ramón, hermano de Francisco o a Bertín Osborne. Una noche recibimos a Eros Ramazzotti, otra actuaron Rubi y los Casinos convirtiendo las noches de El Diezy7 en veladas inolvidables. Pero lo cierto es que no hacía falta tener invitados; entre el ambiente y el grupo, cada noche era un lugar que tenía alma propia.
Y quizá la demostración más clara de la fuerza del Diezy7 fueron los domingos. Nadie intentaba abrir domingo en Madrid. Nosotros lo hicimos. Y funcionó. Yo mismo me subía al escenario y cantaba música hispanoamericana, acompañado por dos músicos extraordinarios: el mexicano Chava Regalado, requinto de María Dolores Pradera, y el boliviano Teddy Tudela, fundador del Grupo Toldería. Era una osadía, sí, pero funcionaba porque había complicidad. Y eso, en la noche, vale más que cualquier campaña publicitaria.
El Diezy7 fue, en definitiva, un lugar donde las cosas no se hacían “porque sí”, sino porque respondían a un sentido profundo. Era una noche que se parecía a su público, una música que se parecía a su gente, un local que se parecía a su alma. Y por eso funcionó, y por eso marcó época. Porque la verdad, cuando las cosas se hacen con mimo, con corazón e intentando hacerlo con la mayor profesionalidad posible, siempre queda un lugar reservado en la memoria de quienes la vivieron y si no habría que preguntar a famosos del momento como Lola Forner, María Casal, Beatriz Escudero, Mar Flores o las propias azafatas de entonces del programa más visto en la tele, como era el "1,2,3 responda otra vez", Marta de Pablo, María Abradelo y Belén Ledesma si recuerdan esos días.
La vida de los negocios es más complicada que la de la música y la verdadera crisis vino desde dentro. Surgieron tensiones tras un agujero en la contabilidad que llevaba uno de ellos y así tras una reunión de los 4, se le hizo una oferta al que llevaba el apartado contable y el aceptó. Esto conllevó que Chema, vendiera también su parte y dentro del acuerdo entre los dos socios que quedamos en el negocio pactamos caballerosamente el que él compraba la totalidad de las acciones de ambos socios salientes, un 40% y que yo tenía 2 años para comprarle la mitad de ese montante al mismo precio que el las había comprado. Naturalmente, ese pacto jamás fue, por él, respetado.
Al poco tiempo, mi socio, sin contar conmigo, se vinculó con Dorna, la empresa que llevaba publicidad del Real Madrid, y juntos decidieron montar una terraza dentro del estadio Santiago Bernabéu: Puerta 13. Cuando ya tenían todo firmado, me contrataron como director y se inauguró en la primavera del 92. Fue un éxito arrollador desde el primer día.
Pero cometieron un error imperdonable: la abrieron sin licencia, algo que jamás me comunicaron. El Ayuntamiento la cerró al poco tiempo cuando era la terraza de moda de Madrid. Meses después lograron reabrirla a mitad de verano, pero yo ya había decidido tomarme unas vacaciones y rechacé volver. Dejé al frente a Alberto Alonso Castrillo, un excelente amigo y RRPP.
Fue, por parte de Dorna y de mi socio un fallo estratégico monumental: una terraza que abre y cierra, pierde su magia en su regreso. La novedad se diluyó y el boom inicial quedó atrás. Y así, aquella reapertura, ya sin novedad, perdió interés. El boom inicial y la novedad se habían diluido.
Aun así, mi socio insistía en realizar negocios junto a Dorna y, de nuevo, dejándome a mí fuera, intentó crear dos nuevos Diezy7: uno, con la misma idiosincrasia que el de Martínez Campos, en la Avenida de Brasil y otro en plan cafetería en el Centro Comercial del Estadio Santiago Bernabéu. Ninguno funcionó, lo que arrastró al inicial a la ruina.
Lo que había nacido en Martínez Campos no lo podía clonar cualquiera. Aquel bar lo había ideado yo y estaba concebido a mi imagen y semejanza, y él nunca aceptó esa realidad.
Tras la disputa, llegó lo impensable: me despidió como director y me prohibió la entrada en mi propio negocio, aprovechándose de su mayoría por no cumplir las condiciones acordadas en pacto de caballeros conmigo, en las cuales, tenía dos años para adquirir la mitad de ellas al mismo precio que el las había comprado. Puso al frente a su hermano, tan inexperto como él, y el resultado fue el previsto: todos los negocios quebraron.
Y como suele decirse —con una precisión que aquí encaja como un guante—: "Zapatero, a tus zapatos".
Así que así terminó, de esta forma traumática, mi etapa en El Diezy7. Pero aquello no iba a ser un final, yo siempre he sido un luchador e hice borrón y cuenta nueva, considerando la etapa pasada como otro paso natural en mi carrera dentro de la noche madrileña.
Yo había aprendido muchas cosas en General Martínez Campos, entre ellas, que la música en vivo necesitaba alma, que la gente pedía la cercanía con la música y que, además, sabía distinguir la autenticidad de la impostura y que. También había aprendido que cuando las cosas se piensan bien, el éxito no es casualidad sino consecuencia. Por eso, cuando el momento llegó, tras darme un tiempo de descanso y asimilación, mi mente ya estaba visualizando lo siguiente y aunque ello tardó unos años, lograría una vez más llevar a cabo mi siguiente proyecto.
Felipe Pinto.





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