La Navidad es una celebración cristiana, no es un simple ambiente de invierno ni una costumbre cultural neutra, es la conmemoración del nacimiento de Jesucristo y tiene un nombre, un contenido y un sentido espiritual preciso que forman parte de nuestra historia y de nuestra identidad colectiva, no es un decorado, no es un adorno, no es una excusa social, es una raíz.
Sin embargo, cada vez es más frecuente ver cómo personas que se declaran anticristianas, ateas o pertenecientes a otras religiones participan plenamente de la Navidad, disfrutan de sus vacaciones, de sus días festivos, del parón laboral y del clima social que genera esta celebración, mientras al mismo tiempo desprecian su raíz, niegan su significado y tratan de corregir incluso su propio nombre, sustituyendo la Navidad por unas genéricas “fiestas”.
Ese comportamiento no es neutralidad, es aprovechamiento, es beneficiarse de una tradición que se desprecia, vaciarla de contenido mientras se conservan intactos sus frutos, negar su origen pero aceptar sin reparos todas las ventajas sociales, laborales y económicas que genera.
El patrón no es nuevo ni aislado, es el mismo que se aplica a nuestro propio pasado, los mismos que reducen toda una etapa histórica a caricatura y a insulto, los que convierten a Franco en una etiqueta y en una excusa permanente, viven hoy de pagas extraordinarias, de pensiones, de la Seguridad Social, de infraestructuras, de embalses, de carreteras, de viviendas, de universidades y de buena parte del armazón material que se levantó en aquellas décadas, se critica el origen pero se disfruta sin pudor del resultado.
Se critica el pasado, se ridiculizan las raíces, se cuestiona la tradición y se pone en duda todo aquello que ha construido nuestro marco social, pero cuando llega el momento de disfrutar de los festivos, de las vacaciones o de los derechos consolidados, nadie renuncia a nada, nadie devuelve lo recibido y nadie protesta cuando lo que está en juego es el propio beneficio personal.
No se trata de obligar a nadie a creer, se trata de exigir un mínimo de coherencia y de respeto, porque usar lo que se desprecia no es tolerancia ni pluralidad, es simple comodidad ideológica, es una forma evidente de cinismo cultural que empobrece nuestra vida pública y nuestra convivencia.
En definitiva, se vacía de sentido lo que se quiere seguir disfrutando, se niega el origen mientras se cobran los frutos, se critica la tradición al mismo tiempo que se vive de ella, y ese doble rasero acaba erosionando aquello mismo que nos sostiene como comunidad.
A muy pesar mío con todo ello, deseo a unos y a otros, muy Feliz Navidad..
Felipe Pinto.




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