La izquierda ha repetido hasta el cansancio ese lema convertido casi en dogma de “yo sí te creo, hermana”, una frase diseñada para proyectar una autoridad moral sobre el resto del país, como si fueran los únicos defensores posibles de las mujeres y como si su compromiso fuese tan puro que no admitiera excepciones, pero la realidad demuestra lo contrario cuando se observa lo que ocurre cada vez que los abusos, acosos o agresiones proceden de políticos de sus propios partidos, porque de pronto las pancartas desaparecen, las voces se vuelven tímidas, los comunicados se diluyen en frases vacías y ese feminismo tan ruidoso cuando el acusado pertenece al adversario se transforma en un silencio calculado, frío y absolutamente interesado
Ahí es donde la doble vara de medir se hace evidente, porque cuando el señalado es un rival político basta una denuncia, una sospecha o incluso un rumor para exigir dimisiones inmediatas, manifestaciones urgentes y juicios paralelos en los que no existe presunción de inocencia, pero cuando el acusado es uno de los suyos todo cambia y aparecen los “hay que esperar”, los “no adelantemos acontecimientos” y los “confiemos en la justicia”, frases que nunca utilizan cuando quien está en el punto de mira es alguien ajeno a su propio bando y que revelan algo muy claro: el garantismo solo existe cuando lo necesitan para protegerse entre ellos
Y este es el verdadero problema del feminismo que la izquierda lleva años tratando de imponer: no es universal, no es coherente y no es sincero, porque si solo crees a las mujeres cuando su denuncia te beneficia políticamente, entonces no las estás defendiendo, las estás utilizando y si callas cuando la víctima señala a uno de los tuyos, entonces ese “yo sí te creo, hermana” queda reducido a una consigna vacía, una herramienta de presión dirigida únicamente contra quien te interesa atacar y jamás contra quien te interesa proteger, lo que convierte su discurso en un ejercicio descarado de oportunismo político
Este cinismo se hizo aún más evidente con la aprobación de la Ley del “solo sí es sí”, una norma impulsada con prisas, presentada como un hito feminista y celebrada entre aplausos por quienes se negaron a escuchar a los jueces, fiscales y expertos que advirtieron, antes de que la ley entrase en vigor, que su redacción permitiría rebajar las penas a violadores y abusadores, y aun así siguieron adelante cegados por la propaganda y por la necesidad de presentarse como los arquitectos de un avance histórico que, en realidad, terminó convirtiéndose en un retroceso humillante
El resultado no tardó en llegar porque centenares de agresores sexuales se vieron beneficiados por la norma, muchos vieron reducidas sus condenas y otros recuperaron la libertad antes de tiempo mientras las ministras que firmaron aquella chapuza jurídica seguían celebrando su supuesta victoria, negando la evidencia y culpando a los jueces por “interpretar mal” una ley que estaba mal redactada desde el origen, lo que demuestra hasta qué punto su ideología es capaz de destruir cualquier sentido común con tal de evitar asumir su responsabilidad
Lo que España necesitaba era endurecer las penas, reforzar la protección a las mujeres, garantizar que los agresores sexuales cumplieran condenas más largas y no más cortas, pero ellos hicieron exactamente lo contrario y cuando estalló el escándalo intentaron esconderse detrás de eufemismos como “efectos no deseados”, como si liberar violadores fuese un pequeño detalle administrativo y no una catástrofe provocada por su propia incompetencia
Mientras tanto, las víctimas volvieron a quedar relegadas a un segundo plano, y eso es lo más doloroso, porque demuestra que para la izquierda hay dos tipos de mujeres: las que sirven para sus consignas y las que les resultan incómodas, y demuestra también que su feminismo no es más que un arma electoral que se enciende y se apaga en función de quién esté implicado en cada caso, una herramienta que jamás se mueve por principios sino por conveniencia política
Por eso su famoso lema ya no engaña a nadie, porque cada vez que protegen a un agresor de su partido, cada vez que silencian una denuncia incómoda y cada vez que exigen dimisiones solo cuando el acusado es del otro lado, queda al descubierto la verdad que tratan de ocultar: que su “yo sí te creo, hermana” nunca fue universal, y que lo que realmente significa es “yo sí te creo… dependiendo de quién te haya hecho daño”, una frase que jamás admitirán en público, pero que hoy todo el mundo puede ver sin necesidad de pancartas
Felipe Pinto.




De libro. 👏👏👏👏
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