"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

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sábado, 6 de diciembre de 2025

LOS 90: EL GRAN FRUTO DE LOS 80

 


Hubo un momento casi imperceptible en que Madrid cambió de piel sin darse cuenta. No fue una ruptura abrupta ni un adiós dramático, sino un deslizamiento suave, como cuando la madrugada empieza a respirar distinto y uno advierte, sin necesidad de palabras, que algo se acaba y algo nuevo está naciendo. Así se fueron los ochenta: no con nostalgia sino con un latido aún vivo, una energía que no se apagaba sino que se transformaba. Madrid no se retiraba: mutaba.

Y ya hacia 1987, antes de cerrar totalmente la década, la discoteca que fue una de las grandes referencias —y que aún perdura a pesar del paso de tantos años—, Snobíssimo, volvió a la carga. Tras el litigio judicial que obligó a abandonar la marca Keeper en Arapiles, el local recuperó su nombre original y su espíritu. Los Ruiz del Portal conservaron el nombre Keeper tanto en Alcántara como en Juan Bravo; Juan Carlos Ochoa y José Luis “Churro” Cúe tuvieron que transformarlo en Faces, pero aquello no funcionó. Tras vender Juan Carlos su parte, Churro recuperó el nombre histórico: Snobíssimo.

Y aquí cuento algo que pocos saben: tanto desde Castellana 24 como desde mi terraza de Lista 5, apoyamos aquel renacimiento desde el principio. Cuando nuestras terrazas cerraban, llevábamos allí a nuestra clientela e incluso a nuestros propios camareros para que el local no naciera desangelado. Funcionó: Snobíssimo arrancó con ambientazo, como si nunca hubiera dejado de ser lo que fue. Esa corriente inicial fue clave en el éxito que mantuvo tras su reapertura. Yo, desde luego, estoy muy satisfecho de haber prestado esa ayuda. Churro se lo merecía, por luchador incansable y por “buena gente”.

Snobíssimo volvió a ser lo que siempre fue: un éxito. Hoy día, sigue funcionando, convertido en el local decano de la noche madrileña, aunque su ubicación ya no es aquella mítica de Arapiles, sino en López de Hoyos, en el mismo local que en su día fue El Portón y después Nell’s.

Llegó 1989 y ese año, en Lista 5, mi bar, mi primer bar, estaba funcionando a tope, magníficamente, y creí conveniente ampliar mi negocio con otro que fuera complementario, es decir, que no se hiciera competencia a sí mismo. Pasé así de tener un bar pequeño y de movimiento a crear otro que, aunque después tuvo también mucho movimiento, estaba pensado para quedarse a escuchar música en vivo. Así me puse a buscar locales para ese proyecto. De esa búsqueda, nació a finales de año El Diezy7, bar del que ya he hablado extensamente en el capítulo anterior.

Tras esa etapa intensa y extraordinaria, llegó 1992 y el final de mi periodo en El Diezy7, del que ya he dado todos los detalles. Y tras aquello, decidí darme unos meses de descanso para reestructurar la mente, poner en orden las ideas y cerrar emocionalmente una etapa que había sido tan exitosa como problemática en su fase final.

Fue entonces cuando tuve una conversación con mi gran amigo Juan Antonio Concha, Director General de uno de los grupos hosteleros más importantes de Madrid, cuyo propietario era Eulogio Navalpotro. Juan Antonio era, además, amigo mío desde muchos años antes. Juntos, los tres —Eulogio, Juan Antonio y yo— habíamos inaugurado Tímpano en 1978. Allí, Eulogio era el primer maître. Así que había historia común y confianza plena.

Juan Antonio me animó: “Tú no puedes estar parado, hay que volver, y voy a hablar con Eulogio para ver si puede contar contigo”. Yo le agradecí el gesto, aunque pensé que, habiendo sido propietario de mis locales, seguramente me ofrecerían algún puesto de RRPP, y tampoco veía claro dónde encajaría.

Pero la realidad fue muy diferente. Al poco tiempo, Juan Antonio volvió a llamarme: “Ya está: Eulogio quiere contar contigo para dirigir Empire”. Yo pensaba que sería RRPP, pero no: me ofrecieron la Dirección de Relaciones Públicas de Empire, la sala emblema del grupo. Era la gran joya del grupo, y se me confiaba su proyección social.

Allí estuve desde finales de 1992 hasta 1995, más de dos años intensísimos.

Cuando entré en Empire ya había un director: Juan Carlos Antequera. Mi temor era que pudiera existir conflicto de intereses, pero nada más lejos de la realidad. Nos compenetramos como si hubiéramos trabajado juntos toda la vida, y hoy puedo presumir de que, además de un antiguo compañero, tengo un magnífico amigo en él. Por si fuéramos pocos, después se uniría un tercer director: Santi Llorens, venido de Pachá, que años más tarde también sería director de Joy Eslava. Aquello funcionó como un engranaje perfecto.

Empire ya contaba con grandes RRPP: José Almansa, Pilar Rueda, Fernando Prados, Miguel Gutiérrez, Miguel Montero, Fernando Iglesias, Patricio Ederly (“Pato”), Salva Gómez, “el Pistolas”… Yo, además, aporté otro equipo para reforzar estructura, porque era una sala enorme y no se podía trabajar con un número reducido. Conmigo vinieron Luis Torices —ex director de Piña’s—, Javier Pardo —que había estado en Pachá—, Ángel Moreno —hermano de Juan Carlos Moreno, que estuvo conmigo en Vanity—, la modelo Susana Landazábal, Pilar Agüera y Paz Aragón.

En verano, los RRPP de la casa solían ir a terrazas y nuestro equipo se encargaba de Empire, pero además apoyábamos las terrazas del grupo: La Riviera y la Terraza España. Uno de esos veranos, incluso, dirigí esta última.

Empire fue divertidísima. Estaba en el top de Madrid junto a Pachá y Joy Eslava. Por allí pasaba todo el mundo. Las que revolucionaban la sala eran las azafatas de “El Precio Justo”: Ivonne Reyes, Beatriz Rico, Paloma Marín y Margarita Medina, que eran las más asiduas. También creé los “Miércoles de Música en Vivo”. Por allí pasaron artistas extraordinarios. El grupo “Sin I o Con O”: Jesús Redondo (teclista de Los Secretos), Juanjo Ramos (bajo de Los Secretos), Eric Franklin (batería), Javier Catalá (guitarrista genial) y Pedro Sánchez (solista de Cadillac). Actuaron también Patricia Kraus —hija del gran Alfredo Kraus—, All Together Band (espectacular tributo a los Beatles) y Denise Rivera, una bella boliviana afincada en Madrid, que después participaría en el Festival de la OTI. Y uno de los aniversarios llevó a Empire a Chiquito de la Calzada, el humorista más popular de España entonces. Las colas llegaban hasta Colón.

En la parte hostelera destacaban profesionales extraordinarios: Carioca, Jesús Flores, Luis Blanco, los hermanos Ojeda, Navalpotrín, etc. En cabina teníamos un DJ excepcional: Víctor Nebot, que luego sería DJ de Pachá Ibiza y hoy lo es de El Lío, en la misma isla.

A finales de 1995 recibí una oferta para dirigir el Cielo de Ku Madrid, en la calle Princesa, cerca de Plaza de España. Allí me llevé una decepción: funcionaba bien, pero los propietarios tenían problemas con los pagos. Uno de ellos había sido compañero mío en Vanity y aquello dolió. Salí rápido.

Entonces me embarqué en dirigir el antiguo Piña’s, rebautizado como Cánovas. El local tenía todo para triunfar, pero parecía gafado. Nadie, nunca, consiguió que arrancara como debía. Y eso que uno de sus propietarios era un profesional extraordinario: Javier Jiménez, también dueño de la discoteca Pick Up y, aparte de una de las mejores personas que he conocido en esta profesión, uno de mis mejores amigos.

Por esa época inauguramos el restaurante Candela. Yo buscaba local para montar una parrilla argentina, con música en vivo de tango y folclore. Ese era el plan inicial. No se llevó a cabo porque, cuando hay muchos socios, las ideas terminan negociándose. Yo venía escaldado de la estafa recibida en El Diezy7 y no estaba económicamente fuerte, así que buscar socios era la única opción para poner en marcha el proyecto.

El local lo encontré en Santo Domingo de Silos, nº 6. Era enorme, antiguo Ribs, y estaba disponible. Se alquiló. Solo requería reformas, pero no obras faraónicas. El decorador fue Miguel García Caridad, que creó una estética sencilla, todo en tonos envejecidos y velas, muchas velas, pero preciosa y además instaló una enorme parrilla vista, que fue una seña del restaurante.

Los socios fueron: Teo Bello (ex socio mío en Lista 5), Carlos Fontaneda (que fue RRPP de El Diezy7 y después propietario de Nells), Patu (ex RRPP de Keeper Arapiles), Antonio García Cerezo (director administrativo de Pachá), Antonio Puga (abogado), Vituco Pombo (publicista), Jorge Salati (exmarido de Marta Sánchez), Pipi Estrada (fue D. J. de Piña’s y estaba en la radio con José María García), Tommy Botas (exdirector de Pachá), Guillermo Furiasse (exmarido de Lolita), y yo. No se si me dejo a alguien...

El maitre lo trajimos desde Archy: Sevilla, un excelente profesional. Y más adelante vino José, el eterno y queridísimo barman del Camino Real, que dio categoría, saber estar y una elegancia inolvidable al local. Jorge Salati y yo nos encargábamos de recibir y acompañar a los clientes y amigos que nos visitaban. Tras las cenas el ambiente que se producía en la zona de bar era impresionante y en época de terraza, indescriptible.

Candela fue desde el inicio la sensación de Madrid. Por la noche era imposible encontrar mesa sin reservar con un mes de antelación. Era lleno total, con la gente más cosmopolita, más guapa, más elegante. Un éxito absoluto. El mediodía funcionaba, pero la noche era descomunal.

Tal fue el éxito que muchos socios aprovecharon la fuerza de Candela para abrir nuevos sitios y llevar allí la clientela que Candela generaba. Así nacieron Nells y La Tertulia, porque ya tenían garantizada una base de público gracias a Candela.

Yo también fui tentado. Me ofrecieron la jefatura de RRPP del sitio más de moda entonces: Fortuny. Y allí me fui. Y en Fortuny estuve desde 1997 hasta 2002, empezando como RRPP y terminando como Jefe de RRPP. 

En 1997, después de cerrar la noche de Candela, tomaba rumbo hacia Fortuny, que por entonces estaba bajo la dirección de Carlos Moro. Allí pasé cinco años maravillosos. Fortuny era un palacete con bar, restaurante, discoteca y una terraza formidable en un jardín separado de la calle. Pertenecía a Javier Merino, también propietario, entre otros sitios, de La Sal, y que tenía como mano derecha a un gran amigo, Miguel Fontes, y como directora comercial a otra buena amiga, Susana Perlado, una gran persona y gran profesional.

Los primeros tiempos trabajaba como Relaciones Públicas dos días por semana. Más adelante asumí la jefatura de RRPP y ya trabajaba a diario, salvo mis descansos habituales que eran sábados y domingos. Fue una etapa inolvidable, y sinceramente, difícil decir algo que no se supiera ya, porque Fortuny era la crème de la crème. Iba lo más selecto del mundo social y empresarial.

Recuerdo especialmente a mis amigas Celia Marañón y Lola Sopeña, que me traía al presidente del Milan y también al entrenador Arrigo Sacchi, que luego entrenaría al Real Madrid. Allí coincidíamos con Óscar Gil Marín, Juan Carlos Morato, Ainhoa Torres, Silvia Ibáñez, José Javier OchoaBlanca YlleraPaloma Manglano, muchos tripulantes de compañías aéreas y un montón de gente de primera fila. Fortuny era un lugar absolutamente lleno todos los días. También a mis amigos inseparables, Vituqui Delgado y Miguel Fernández Ardavín, a dos bellezas que abrían bocas de asombro, Estafanía Luyk y María Pineda. También estuvo trabajando conmigo, Amparo Barcia, hija de una modelo valenciana de las top, Amparo Lledó, que era y es muy buena amiga mía.

También fue jefe de RRPP, Quique Martínez Fresneda, un gran amigo y alegría de la huerta. Era facilísimo atraer gente a Fortuny, porque era el sitio más de moda de Madrid. En mi época venían constantemente amigos a verme; era un lugar tan socialmente codiciado que cualquier noche podía sorprenderte.

Todo cambió cuando despidieron a Carlos Moro y entró otra dirección. Más adelante, ya en los 2000, tuvo un gran repunte con Íñigo de Lorenzo, hijo de mi amiga, la bellísima Candela Dolado, como director. En esa época yo volví ocasionalmente a Fortuny para organizar algunas fiestas y programar los miércoles de Música en Vivo. Esa etapa volvió a funcionar extraordinariamente bien, porque Íñigo es un verdadero crack.

Ni que decir tiene que las noches se hacían muy cortas en Fortuny, porque lo que allí se vivía era de primera categoría. Y cuando cerrábamos, venían Pachá, Snobíssimo o lo que se nos ocurriera. Y después, claro, los after hours… pero eso ya sería otra historia.

Felipe Pinto.



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