Algunos ignorantes argumentan ante la afirmación de que "con Franco se vivía mejor", que en año 1952 había cartillas de racionamiento.
Pues bien, debo decirles que la cartilla de racionamiento, que se prolongó hasta 1952, no debe verse como un signo de fracaso, sino como la consecuencia lógica de una devastadora Guerra Civil y de un contexto internacional extremadamente adverso. España en 1939 era un país arruinado: infraestructuras destruidas, producción agrícola e industrial en mínimos, escasez de divisas, aislamiento internacional durante la Segunda Guerra Mundial y, después, el bloqueo promovido por las potencias vencedoras.
El racionamiento, por tanto, fue un mecanismo de supervivencia que permitió que todos los ciudadanos españoles tuviesen acceso mínimo a productos básicos en una época de carestía. Si no hubiese existido ese sistema, las desigualdades y el hambre habrían sido mucho más graves, como ocurrió en otros países europeos tras la guerra, donde también hubo cartillas de racionamiento (en Inglaterra, por ejemplo, duraron hasta 1954).
A pesar de esas dificultades iniciales, España emprendió un proceso de reconstrucción nacional que, con sacrificios, logró resultados asombrosos: en apenas dos décadas se pasó de la penuria de la posguerra a la industrialización acelerada de los años sesenta, hasta situarse en los años setenta como la novena economía del mundo y séptima potencia industrial. Ese salto no se explica sin haber pasado por una etapa de austeridad y disciplina en la que la cartilla de racionamiento jugó un papel fundamental.
Por tanto, utilizar la existencia de racionamiento en los años cuarenta y principios de los cincuenta para afirmar que “se vivía peor con Franco” es un argumento cínico, falaz y descontextualizado.
Lo cierto es que se trató de un periodo transitorio, necesario para levantar un país devastado. Y la prueba del éxito es que, tras ese esfuerzo colectivo, España alcanzó cotas de desarrollo económico, estabilidad social y progreso que jamás había conocido en su historia contemporánea.
Felipe Pinto
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