Hace menos de un siglo, un socialista alemán alcanzó el poder democráticamente. En pocos años se hizo con el control absoluto del Estado y condujo a Europa a la tragedia del exterminio y la guerra. El mundo juró entonces que aquello no volvería a repetirse.
Sin embargo, en España, hoy vemos cómo un socialista avanza por un camino inquietantemente similar: colonizando instituciones, manipulando medios, sometiendo la justicia y reduciendo al mínimo los contrapesos democráticos. Y lo más alarmante: exhibiendo un discurso hostil hacia Israel y los judíos, como quedó reflejado en la declaración de que “España no tiene armas nucleares para parar a Israel”.
El paralelismo es evidente. Ayer lo llamaron Nacional Socialismo. Hoy deberíamos llamarlo Internacional Socialismo, porque ya no se limita a un país concreto, sino que se presenta como una red global que busca imponer un mismo dogma sobre todas las naciones. En ese proyecto, Pedro Sánchez pretende ocupar un lugar de privilegio, aspirando a convertirse en jefe visible de esa maquinaria ideológica que, bajo la apariencia de democracia, persigue la concentración de poder y la disolución de soberanías.
Todo ello responde, además, a un trasfondo que rara vez se menciona: el miedo desesperado de Sánchez a ser juzgado y condenado por los innumerables casos de corrupción que cercan tanto a su figura como a su entorno familiar y político. Para escapar de esa rendición de cuentas, ha elegido una huida hacia adelante, abrazando causas radicales, entregando a España al juego globalista y arrastrando con ello a millones de ciudadanos inocentes a un experimento ideológico que no pidieron ni merecen.
La esencia es la misma: el socialismo, sea nacional o internacional, termina siempre por anular las libertades, controlar la vida de los ciudadanos y enfrentarse a la identidad de los pueblos. Lo que ayer comenzó en Alemania con un régimen que llevó al horror, hoy amenaza con extenderse bajo un disfraz globalista.
Pero, paradójicamente, mientras se repite la misma ideología criminal, los mismos métodos de control y el mismo desprecio a la libertad, el “extremista” eres tú, simplemente por denunciarlo.
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