El silencio criminal de la izquierda: millones de mártires cristianos frente al velo de Gaza
(por Felipe Pinto)
Pedro Sánchez, junto a todos sus adláteres, se ha instalado una de las mayores hipocresías de nuestro tiempo, todo para desviar la atención en todos los casos de corrupción que le rodean. La izquierda, siempre presta a rasgarse las vestiduras y en el tema de la que está ocurriendo en Gaza, acusa sin pestañear a Israel de un más que discutible genocidio, al tiempo que oculta deliberadamente el que si es un auténtico genocidio que asola a los cristianos en Asia y África. Millones de muertos, perseguidos y desplazados que no encajan en su relato son silenciados, barridos bajo la alfombra, porque su dolor no les resulta útil.
El caso de Gaza es utilizado como cortina de humo. Hamás, organización terrorista, lanza cohetes desde hospitales y escuelas, cava túneles bajo barrios enteros y retiene y convierte a la población civil en escudos humanos. Cada víctima palestina forma parte de una estrategia macabra: servir de munición propagandística contra Israel.
La izquierda, ésto no lo denuncia. Prefiere señalar a Israel como genocida, aun sabiendo que el verdadero responsable de esas muertes es el terrorismo islamista de Hamás. Así, los verdugos son presentados como víctimas, y los que combaten al terrorismo son demonizados.
Mientras tanto, en el silencio más absoluto, los cristianos sufren una persecución que en cifras no tiene comparación:
En Siria, comunidades milenarias fueron arrasadas por el Estado Islámico; sacerdotes degollados y familias enteras reducidas a cenizas.
En Irak, de 1,5 millones de cristianos hoy apenas sobreviven 150.000; en Mosul, sus casas fueron marcadas con la “N” de nazareno antes de expulsarlos.
En Nigeria, más de 5.000 cristianos son asesinados cada año por Boko Haram y milicias islamistas; aldeas arrasadas y niñas secuestradas como esclavas.
En Pakistán, la ley antiblasfemia convierte a los cristianos en blanco de linchamientos y cárcel injusta, como el caso de Asia Bibi.
En Afganistán, tras el regreso de los talibanes, profesar el cristianismo equivale a una condena de muerte.
La organización Open Doors calcula que más de 360 millones de cristianos sufren hoy persecución grave en el mundo, con decenas de miles de asesinados cada año. Es la comunidad religiosa más perseguida del planeta.
El contraste es escandaloso:
500.000 muertos en Siria: silencio.
5,4 millones de muertos en el Congo: silencio.
Miles de cristianos asesinados cada año en Nigeria: silencio.
Queda en evidencia la trampa: no se trata de compasión ni de derechos humanos, sino de ideología.
¿Por qué ese silencio? Porque denunciar la persecución de los cristianos implicaría señalar a regímenes islámicos, dictaduras africanas y grupos terroristas que la izquierda prefiere blanquear. Sería reconocer que el islamismo es el verdugo más despiadado de nuestro tiempo. Y eso rompería el pacto tácito entre la izquierda y el islamismo político, unidos por un enemigo común: Occidente y la civilización cristiana.
La izquierda no es defensora de los débiles: es cómplice de sus verdugos. Con su silencio, legitima la sangre de millones de cristianos asesinados y perseguidos en todo el mundo. Con su propaganda, tapa esa realidad detrás del velo de Gaza y convierte a Hamás, los asesinos, en héroes de cartón piedra.
Hoy los cristianos son los mártires olvidados del siglo XXI, víctimas de un genocidio silenciado. Y la izquierda, hipócrita, ruin y vil, carga sobre sus hombros la responsabilidad moral de cada muerte que calla.
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