"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

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martes, 21 de octubre de 2025

LA VUELTA A LAS BUENAS COSTUMBRES

 


Durante siglos, España se sostuvo sobre los pilares del esfuerzo, el trabajo y el respeto a la tierra. De nuestros campos, mares y montes surgía no solo la riqueza material, sino también la espiritual: la que forja carácter, identidad y orgullo. Hoy, sin embargo, pretenden convencernos de que todo aquello que dio sustento a generaciones enteras pertenece al pasado, que el progreso consiste en depender de otros países, en destruir nuestra soberanía energética y en dejar morir al campo bajo normativas dictadas desde despachos lejanos.

Ha llegado la hora de volver a las buenas costumbres. La llamada transición ecológica, dirigida por los grandes organismos globalistas, no busca proteger el planeta, sino someter a las naciones a una dependencia permanente. Nos cierran las centrales nucleares, limpias, seguras y eficientes, mientras importamos energía a precios desorbitados. Se persigue al ganadero por criar reses, al agricultor por arar su tierra, al pescador por salir al mar y al minero por querer reabrir los pozos que un día dieron vida a comarcas enteras. Se demoniza la carne, se encarece el gasoil, se prohíben los fertilizantes y se abren las fronteras a productos extranjeros que arruinan al productor español.

España no puede renunciar a su campo ni a su subsuelo. Sin agricultura, sin ganadería, sin pesca, sin minería y sin energía propia, no hay nación posible. El campo no es un residuo del pasado: es la base de nuestra supervivencia y de nuestra independencia. Los pueblos vacíos, las tierras abandonadas y las minas cerradas son el retrato más triste de un país que se dejó seducir por las modas globales y olvidó sus raíces.

Conviene recordar que no hace tanto tiempo España fue una potencia industrial de referencia. En 1968 alcanzamos la octava posición mundial en desarrollo industrial, según la revista Actualidad Económica, gracias al impulso del Plan de Estabilización de 1959 y al esfuerzo de un pueblo trabajador que vivió el llamado “milagro español”. Aquel auge no se debió a subvenciones ni a ideologías, sino a una política económica orientada al trabajo, la producción y el crecimiento real.

Además, hay quienes aseguran que ya no hay mano de obra para trabajar en el campo o en las minas, cuando lo cierto es que sí la hay, pero se ha acostumbrado a una sociedad de subsidios y paguitas. Es muy fácil vivir del dinero público cuando se ha perdido la cultura del esfuerzo. Si de verdad se quieren cobrar ayudas, que sean a cambio de un trabajo útil para España: arar, sembrar, cuidar el ganado, reforestar, limpiar montes, reparar cauces o recuperar las explotaciones mineras que una vez fueron orgullo nacional. Trabajo hay de sobra; lo que falta es voluntad política para fomentarlo y dignificarlo.

Defender las buenas costumbres es apostar por la energía nuclear frente al apagón ideológico del ecologismo radical. Es recuperar la ganadería y la agricultura como orgullo nacional. Es cuidar el mar, la pesca y la minería artesanal, sin entregarlos a burócratas de Bruselas ni a tratados injustos. Es respetar la sabiduría de nuestros mayores, el valor del trabajo, la cultura del esfuerzo y el amor por la tierra.

España fue grande cuando confió en sí misma, cuando supo producir, alimentar, abastecer y sostener a su pueblo con el sudor de sus manos. Volver a las buenas costumbres no es mirar atrás: es levantar de nuevo la cabeza, con dignidad, y decir alto y claro que no queremos ser dependientes de nadie.

Felipe Pinto 

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