En una España que durante años pareció resignada al conformismo, donde las voces disidentes del pensamiento único eran acalladas o ridiculizadas, surgió una figura llamada a cambiar el rumbo de la historia política contemporánea: Santiago Abascal Conde, un hombre que ha hecho de la palabra España su bandera y de la coherencia su mayor virtud. Nació el 14 de abril de 1976 en Bilbao, en pleno corazón del País Vasco, en una época marcada por el miedo, el terrorismo y la presión separatista. Creció en Amurrio, Álava, en una familia profundamente española y comprometida con la defensa de la libertad frente a la violencia de ETA. Su padre, Santiago Abascal Escuza, fue también político y un valiente concejal del Partido Popular vasco que sufrió directamente las amenazas de la banda terrorista. Aquella infancia, vivida entre el amor a la patria y la constante vigilancia por miedo a un atentado, forjó en el joven Santiago un carácter firme, resistente y profundamente patriótico.
No fue una niñez fácil. Tuvo que vivir protegido por escoltas, cambiar de domicilio en varias ocasiones y soportar el señalamiento de quienes confundían el terror con la política. Pero de esas circunstancias adversas nació un hombre de convicciones sólidas, que jamás se rendiría ante la cobardía ni ante el chantaje. Licenciado en Sociología por la Universidad de Deusto, Abascal comenzó muy pronto su andadura política. A los 18 años ya militaba en el Partido Popular, influido por la figura de su padre y por la necesidad de luchar desde dentro del sistema contra el nacionalismo que asfixiaba al País Vasco. Fue elegido concejal en Llodio y más tarde diputado en las Juntas Generales de Álava, donde destacó por su defensa incansable de la unidad de España y por su denuncia constante de la tibieza con la que el PP afrontaba la amenaza separatista.
Durante aquellos años, Abascal no se doblegó ante el miedo. A pesar de las amenazas de muerte de ETA y de los ataques sufridos, nunca abandonó su tierra ni su compromiso con la verdad. Ese valor personal, esa capacidad para enfrentarse solo al poder establecido, serían las raíces de su posterior liderazgo nacional. Con el tiempo, el Partido Popular, lejos de plantar cara al nacionalismo, optó por una estrategia de apaciguamiento. Los pactos con el PNV, la falta de firmeza frente a las políticas identitarias y la renuncia progresiva a los principios conservadores provocaron en Abascal una profunda decepción. Cuando comprendió que ya no podía luchar desde dentro, decidió dar un paso que pocos se atreven a dar: romper con la comodidad del partido tradicional y empezar desde cero. Fue un salto al vacío, sin apoyos mediáticos, sin estructura y sin dinero, pero con una fe inquebrantable en España y en los españoles.
En 2013, junto a un pequeño grupo de patriotas, fundó VOX, un partido llamado a recuperar los valores esenciales de la nación: unidad, libertad, justicia y soberanía. Su discurso rompía con el consenso de lo políticamente correcto y devolvía al debate público palabras que parecían prohibidas: España, familia, tradición, frontera, honor. Durante los primeros años, VOX fue silenciado, ridiculizado o ignorado por los grandes medios. Pero Abascal no se rindió. Recorrió el país pueblo a pueblo, sin focos ni cámaras, hablando con los españoles olvidados, con los trabajadores, con los agricultores, con los policías y los militares. Su mensaje prendió como una llama: España había despertado.
Las elecciones de abril de 2019 marcaron un antes y un después. VOX entró en el Congreso con 24 diputados, y meses después más que duplicó su representación. El Parlamento español volvía a escuchar un discurso firme, sin complejos, que reivindicaba la España real frente al relativismo ideológico y la rendición ante la izquierda. Santiago Abascal emergió entonces como el gran líder del conservadurismo español, un referente de la política de principios frente a la política de marketing. Su tono sereno pero contundente, su defensa del campo, de la familia, de las víctimas del terrorismo, de la Guardia Civil y del Ejército, le ganaron el respeto de millones de ciudadanos.
Abascal representa una corriente ideológica que muchos creían extinguida: la del patriotismo sin complejos. Defiende la unidad indisoluble de España, la supremacía de la ley sobre los privilegios autonómicos, la protección de las fronteras frente a la inmigración ilegal y la defensa de la vida, la familia y la libertad religiosa. Es un defensor de la propiedad privada, del mérito personal y de la reducción del gasto político. Cree en una España libre de ideologías impuestas desde organismos internacionales y en una educación que forme ciudadanos, no activistas. Y sobre todo, proclama que la patria no se pide, se defiende.
Ha reivindicado siempre una justicia social auténtica, basada en la igualdad de oportunidades, no en la igualdad forzada que destruye el mérito y la dignidad. Para él, la justicia social no se alcanza repartiendo pobreza, sino fomentando el trabajo, premiando el esfuerzo y protegiendo a quienes más lo necesitan sin convertirlos en rehenes del Estado. Cree en un Estado que defienda al trabajador frente a los abusos del poder político, que apoye al pequeño empresario y al agricultor, y que cuide de las familias que sostienen el país. Defiende la solidaridad nacional frente al privilegio autonómico, y una economía al servicio del bien común, no de los intereses globalistas ni de las élites financieras. Abascal resume esta visión en una idea sencilla pero profunda: “La justicia social no consiste en que todos dependan del Gobierno, sino en que nadie quede atrás por culpa del Gobierno.”
Más allá del político, Abascal es un hombre sencillo, amante de la naturaleza, de los caballos y de la vida familiar. Casado y padre de cuatro hijos, combina la firmeza de sus convicciones con una profunda espiritualidad y amor por sus raíces. Su vida personal, alejada del lujo y de la ostentación, refleja coherencia con su mensaje público: servir a España, no servirse de ella.
En apenas una década, Santiago Abascal ha conseguido lo que parecía imposible: romper el bipartidismo, devolver la ilusión a millones de españoles y colocar la palabra patria en el centro del debate político. Ha demostrado que se puede hacer política con dignidad, con coraje y con verdad. Frente a la decadencia moral y política que atraviesa Europa, Abascal representa una esperanza: la de una España fuerte, libre y soberana, fiel a sus raíces, orgullosa de su historia y comprometida con su destino.
Porque, como él mismo ha dicho en más de una ocasión:
“A España no la van a destruir mientras quede un español dispuesto a defenderla.”
Felipe Pinto
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