Lo de Yolanda Díaz hoy roza lo esperpéntico. No se si sabía que estaba en el Senado o si se equivocó de escenario, pero lo cierto es que la vicepresidenta protagonizó ayer uno de esos momentos que pasarán a los anales del ridículo político.
En su intervención, quiso lanzar un dardo contra la derecha citando una frase que, según ella, provenía del Partido Popular: “El dinero público no importa, porque no es de nadie”. Sin embargo, la realidad —esa enemiga constante del progresismo— es que la frase pertenece a Carmen Calvo, vicepresidenta socialista del propio Gobierno de Pedro Sánchez.
El desconcierto entre los presentes fue inmediato: risas, carcajadas y algún gesto de incredulidad entre los senadores, incapaces de creer lo que estaban escuchando. Pero la ministra de Trabajo, lejos de rectificar o disculparse, decidió rematar la faena con un dislate aún mayor: “Queda Gobierno de corrupción para rato”. Ni ella misma parecía entender la verdad que de sus labios salía.
El problema no es sólo su confusión, sino lo que representa: la ligereza, la soberbia y la falta de rigor con la que este Gobierno afronta el debate político. Yolanda Díaz, símbolo de una izquierda que presume de superioridad moral mientras naufraga en su propia incoherencia, se ha convertido en el reflejo más claro del desorden ideológico que hoy reina en Moncloa.
El dinero público sí importa, y mucho, sobre todo cuando lo dilapidan los mismos que se erigen como guardianes de la justicia social, aunque ésta sea muy sui generis. Lo que no parece importarles es el ridículo que hacen cada vez que abren la boca sin saber de qué hablan.
Ayer, la ministra comunista, consiguió algo muy difícil: superar sus propios límites. Hizo del error una verdad y del ridículo, una costumbre en su acción de gobierno.
Felipe Pinto




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