"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

Al mejor padre del Mundo
Pinchar en foto para ver texto.

domingo, 2 de noviembre de 2025

LA VERDAD SOBRE LA MUERTE DE GARCÍA LORCA

 


En las recientes conmemoraciones organizadas por el Gobierno con motivo del cincuentenario del fallecimiento de Francisco Franco, se incluyó un homenaje público a Federico García Lorca, entregando a su sobrina un reconocimiento oficial plagado de falsedades históricas. En el acto, presentado como un gesto de “reparación”, se volvió a repetir el relato manipulado de la llamada memoria histórica, atribuyendo al bando nacional y a la Falange la detención y el asesinato del poeta.

Una vez más, la política utilizó la figura de Lorca como instrumento ideológico, ignorando los hechos y las pruebas que desmontan esa versión. Se rindió tributo a la mentira, mientras se continúa mancillando el nombre de quienes, como los hermanos Rosales, arriesgaron su vida por salvarlo.

Frente a esa manipulación institucionalizada, conviene recordar lo que verdaderamente ocurrió. Porque la historia no se defiende con discursos, sino con verdad.

LA VERDAD

Pocas muertes han sido tan envueltas en leyenda, falsedad y manipulación política como la de Federico García Lorca, el poeta granadino que se convirtió, con el paso del tiempo, en símbolo universal del talento truncado por la guerra civil. Sin embargo, detrás del mito existe una verdad mucho más humana y compleja, muy distinta a la caricatura que algunos han querido imponer. Porque Lorca no fue asesinado por “los falangistas”, como repite la propaganda moderna de la llamada memoria histórica. Fue víctima, sí, de la barbarie y del odio, pero sobre todo de los rencores personales, de las venganzas locales y del caos que reinó en aquellos primeros días del conflicto.

En julio de 1936, al estallar la guerra, Lorca se encontraba en Granada, su tierra. La ciudad pasó pronto al control de las fuerzas nacionales, pero los primeros días estuvieron marcados por el desorden propio de una España dividida y convulsa. En aquel ambiente de denuncias, ajustes de cuentas y resentimientos personales, surgieron detenciones y represalias que escaparon al control de la autoridad militar. Lorca, que no era un hombre político ni militante de partido alguno, fue visto con recelo tanto por unos como por otros: para la izquierda más radical era un burgués; para la derecha tradicional, un hombre de ideas demasiado libres. En medio de aquel clima envenenado, buscó refugio en casa de los hermanos Rosales, falangistas cultos y amigos personales suyos. Allí se sintió protegido, al menos durante un tiempo.

Los Rosales eran gente respetada en Granada. Católicos, de buena familia y leales a la Falange, pero también defensores del arte, la poesía y la amistad. Habían compartido tertulias, versos y noches de conversación con Federico, y lo acogieron en su hogar sin dudarlo. Ninguno podía imaginar que aquella decisión los marcaría para siempre. Porque fueron ellos —los mismos Rosales— quienes presenciaron impotentes cómo un grupo armado se llevaba al poeta detenido, desatando después una cadena de acusaciones falsas que aún hoy se repiten.

El responsable de aquella detención fue Ramón Ruiz Alonso, antiguo diputado de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), un hombre autoritario, fanático y resentido, que no pertenecía a la Falange. Ruiz Alonso, movido por viejos rencores y por su deseo de exhibir poder ante las nuevas autoridades, se presentó en la casa de los Rosales acompañado por varios guardias y milicianos. Luis Rosales intentó detenerlo; incluso fue a ver al gobernador civil, José Valdés Guzmán, para interceder por su amigo. Pero ya era tarde. La orden de detención estaba firmada y Federico fue trasladado al Gobierno Civil, donde permanecería pocas horas. Nadie volvió a verlo con vida.

Pocos días después, en la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue fusilado en un barranco entre Víznar y Alfacar, junto al maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Cabezas. Ninguna prueba documenta que aquella ejecución fuese ordenada por la Falange, ni que existiera un plan dirigido desde arriba para eliminar al poeta. Todo apunta a una decisión tomada en el ámbito local, en el contexto de los desmanes iniciales de la guerra, donde bastaba una denuncia, una venganza o una sospecha para acabar con la vida de alguien.

Con el paso del tiempo, el franquismo prefirió silenciar el caso. La muerte de Lorca resultaba incómoda: su fama internacional chocaba con la imagen de orden y justicia que el nuevo régimen pretendía transmitir. Se evitó investigar, se ocultó el paradero de sus restos y se prohibió hablar del asunto. El silencio oficial favoreció que la izquierda, décadas después, se adueñara del relato. Desde entonces, el asesinato de García Lorca se convirtió en una bandera política, en una herramienta al servicio de una visión parcial y simplificada de la historia.

La llamada “memoria histórica” ha contribuido, en los últimos años, a reforzar esa falsificación. En manuales escolares, reportajes y actos públicos se repite que Lorca fue “asesinado por los falangistas”, ignorando por completo los testimonios de los Rosales, las investigaciones serias y los hechos documentados. Se prefiere el eslogan al rigor, la consigna al dato. Así, se presenta a la Falange como verdugo, cuando en realidad en su seno hubo quienes arriesgaron su vida para salvar al poeta. Luis Rosales, uno de los mejores poetas de su generación, cargó toda su vida con una culpa inmerecida. Fue acusado de complicidad, cuando lo único que hizo fue dar refugio a su amigo.

Lo trágico es que hoy, casi noventa años después, seguimos viendo cómo se manipula aquel episodio para justificar leyes sectarias y lecturas maniqueas del pasado. Se nos quiere hacer creer que la historia se divide entre buenos y malos, entre víctimas intocables y culpables eternos. Pero la verdad no se doblega ante la propaganda: Lorca fue víctima del odio, no de una ideología concreta; de la envidia y del fanatismo, no de un partido. Su asesinato fue un crimen sin justificación, cometido en el caos de una España que había perdido la razón.

Federico García Lorca murió por ser quien era: un poeta libre en un tiempo de violencia y dogmas. Y quienes más lo quisieron, los Rosales, fueron después condenados por los mismos que hoy se llenan la boca hablando de memoria y justicia. Manipular su historia no repara nada; solo ensucia de nuevo su memoria.

La verdad sobre la muerte de García Lorca no pertenece a ningún bando: pertenece a la historia. Y la historia, cuando se cuenta con honestidad, no necesita adjetivos políticos.

Esta es la verdad que no quieren contar.

Felipe Pinto


Fuentes consultadas: 
Investigaciones históricas de Miguel Caballero Pérez, Eduardo Molina Fajardo, Ian Gibson, entrevistas de Luis Rosales y documentos del Archivo Histórico de Granada. 
Todos coinciden en señalar a Ramón Ruiz Alonso como responsable de la detención y en exculpar a la Falange del crimen, contradiciendo la tergiversación promovida por el Gobierno de Pedro Sánchez y el bulo difundido por Europa Press, que insisten en repetir una versión falsa de los hechos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario