El resultado de las últimas elecciones autonómicas en Extremadura no es un simple dato estadístico ni una circunstancia coyuntural. Es una señal política clara de que algo profundo está cambiando en España. Vox no solo ha mejorado sus resultados, sino que ha más que doblado los obtenidos en 2023, convirtiéndose en la fuerza que más crece y en el verdadero protagonista del nuevo escenario político que se abre paso.
Este avance no se explica únicamente en términos de votos o escaños. Lo verdaderamente relevante es que una parte creciente de la sociedad ha empezado a perder el miedo. Durante años, millones de ciudadanos han sido condicionados por un relato interesado que pretendía etiquetar a Vox como “ultraderecha”, una caricatura diseñada para desactivar cualquier alternativa real al sistema. Ese relato comienza a derrumbarse cuando la gente contrasta propaganda con hechos y comprueba que Vox no es lo que durante tanto tiempo se les ha querido hacer creer.
Al mismo tiempo, se consolida una percepción cada vez más extendida: el bipartidismo ya no funciona. En Extremadura, como en el resto de España, muchos votantes han llegado a la conclusión de que el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español mantienen discursos distintos, pero aplican políticas prácticamente idénticas. Cambian las siglas, cambian los tonos, pero el fondo es el mismo. Ambos partidos se han convertido en gestores de un modelo agotado que ha generado desconfianza, desencanto y una sensación generalizada de estancamiento.
Esta realidad no se limita al ámbito nacional. En Europa, populares y socialistas forman una auténtica pinza política. Gobiernan juntos, sostienen las mismas mayorías y votan conjuntamente alrededor del 90 % de todo lo que se aprueba en las instituciones europeas. No se trata de una interpretación ideológica, sino de un hecho constatable. Esa gran coalición explica por qué, gobierne quien gobierne en España, las políticas de fondo no cambian: porque en Bruselas actúan como un solo bloque, cerrando el paso a cualquier fuerza que cuestione el consenso dominante.
Frente a ese bloque uniforme, Vox aparece como la única fuerza política que no forma parte del reparto. Por eso se le combate con tanta intensidad y se le intenta aislar mediante etiquetas, cordones sanitarios y campañas de miedo. No porque sea extrema, sino porque rompe el consenso, cuestiona el sistema y plantea una alternativa que muchos daban por imposible.
Lo sucedido en Extremadura marca, por tanto, un antes y un después. Muchos ciudadanos que hasta ahora dudaban, se abstenían o votaban resignados han dado el paso. Han comprobado que votar a Vox no es votar al caos, sino votar contra un modelo que ha demostrado su fracaso. A partir de ahora, el miedo cambia de bando. Miedo en quienes han vivido cómodamente del bipartidismo. Miedo en quienes saben que, cuando el votante pierde el miedo, el cambio se acelera.
Todo apunta a que este crecimiento no será un fenómeno aislado. En el calendario político inmediato aparecen Aragón, Castilla y León y Andalucía, comunidades donde el desgaste del bipartidismo es evidente y donde los gobiernos del Partido Popular han demostrado ser simples continuadores de las políticas socialistas, tanto en lo esencial como en lo estructural. Extremadura ha abierto una grieta que amenaza con convertirse en ruptura.
Si esta dinámica se consolida —y todo indica que así será—, el siguiente paso natural serán unas elecciones generales en las que el terremoto político puede ser histórico. Porque cuando el votante pierde el miedo, ya no vuelve atrás. Ya no acepta chantajes morales, ni etiquetas prefabricadas, ni el falso dilema entre un socialismo fracasado y una derecha acomplejada.
Bajo el liderazgo de Santiago Abascal, Vox se consolida como el instrumento político de una España que empieza a decir basta, que deja atrás complejos y que exige una opción clara, sin ambigüedades y sin tutelas ideológicas.
Porque hoy conviene decirlo sin rodeos: en España ya no se vota izquierda o derecha. Ese eje está agotado y sirve únicamente para mantener la ficción del sistema. El verdadero debate es otro mucho más claro y honesto: globalismo o soberanía. El globalismo lo representan, con distintos disfraces, prácticamente todos los partidos políticos, que aceptan sin discusión las imposiciones externas y la cesión progresiva de soberanía. El soberanismo, la defensa de que las decisiones que afectan a los españoles deben tomarse en España, solo tiene una representación política real.
Y esa representación es Vox. Por eso Vox crece, por eso incomoda y por eso Extremadura no ha sido una advertencia: ha sido un aviso a todos los navegantes.
Felipe Pinto.




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