Pedro Sánchez llegó al poder con el proyecto que hoy ejecuta y con las alianzas que hoy sostiene, al menos eso era lo que indicaban sus palabras, su actitud pública y sus compromisos explícitos ante los españoles. Defendía entonces una línea que decía respetar los límites del Estado, rechazaba pactos con el separatismo, se mostraba crítico con las dictaduras latinoamericanas y aparentaba una distancia clara respecto al papel que José Luis Rodríguez Zapatero ya jugaba como mediador internacional al servicio del chavismo. Ese era el relato con el que Pedro Sánchez pidió apoyo y legitimidad, un relato que hoy se revela como una impostura completa, porque el mismo nos engañaba a todos, ya que desde el primer momento decía una cosa mientras preparaba la contraria, prometía lealtad institucional mientras diseñaba su propia supervivencia política y hablaba de principios mientras ensayaba las alianzas que hoy sostienen su poder.
Muy pronto quedó claro que aquel supuesto proyecto no era más que una construcción oportunista. Sánchez no solo abandonó sus compromisos iniciales, sino que adoptó exactamente aquello que decía rechazar. Donde antes hablaba de dictaduras, pasó al silencio. Donde marcaba límites, pasó a borrarlos. Donde prometía estabilidad institucional, comenzó una carrera frenética por el poder apoyándose en cualquier socio, por tóxico o destructivo que fuera para España. Y en ese camino aparece con nitidez la figura de Zapatero, no como alguien que haya cambiado, sino como el referente ideológico al que Sánchez decide alinearse sin disimulo una vez asegurado el control del partido y del Gobierno.Zapatero llevaba años normalizando lo inaceptable, legitimando regímenes autoritarios, relativizando el concepto de democracia y tratando al Estado como un marco negociable. Sánchez, lejos de oponerse a ese planteamiento, lo asumió como propio. No hubo ruptura ni rectificación, sino una adhesión plena. La supuesta moderación inicial se evaporó y dio paso a un modelo de poder que gobierna sin complejos con pactos con separatistas, con fuerzas que desprecian abiertamente la unidad nacional y con quienes han blanqueado el terrorismo, mientras la política exterior de España queda subordinada a intereses ajenos y a alianzas ideológicas profundamente dañinas.
Este proceso no fue accidental ni fruto de una evolución sincera. Fue una operación consciente de engaño político. Sánchez dijo una cosa para llegar al poder y ejecutó la contraria una vez instalado en él. Zapatero proporcionó el marco ideológico, la cobertura internacional y la legitimación moral. Sánchez aportó la ambición personal, la ausencia total de escrúpulos y la disposición a utilizar las instituciones del Estado como herramientas al servicio del partido. Entre ambos han construido un modelo de poder que desprecia los contrapesos democráticos y entiende el Estado no como un patrimonio común de los ciudadanos, sino como un botín a repartir.
A todo ello se añade un elemento que agrava todavía más la responsabilidad política y moral de Zapatero. No hablamos ya de que haya amasado una fortuna considerable tras abandonar la presidencia del Gobierno, sino de una inmensa fortuna, incompatible con lo que cabría esperar de una trayectoria política ordinaria y jamás explicada con la transparencia exigible en una democracia. Su intensa actividad internacional, sus mediaciones en regímenes autoritarios y su acceso privilegiado a entornos profundamente opacos han generado un volumen de intereses económicos que despierta una inquietud más que razonable y que nunca ha sido aclarado ante los ciudadanos .
En este contexto, resulta especialmente inquietante que haya salido a la luz la existencia de una sociedad denominada Zenzap S.L., que ha aparecido vinculada en informaciones periodísticas a la investigación judicial del rescate de la aerolínea Plus Ultra y al empresario Julio Martínez Martínez, investigado por la UDEF como posible testaferro del entorno de Zapatero. Según datos mercantiles y publicaciones contrastadas, Zenzap declaró en 2021 más de 350.000 euros en efectivo pese a no presentar una actividad económica real significativa, precisamente en el mismo periodo en el que el Gobierno aprobó el rescate millonario de Plus Ultra, lo que ha motivado preguntas legítimas sobre el origen y la finalidad de esos fondos .
El propio nombre de la sociedad, construido aparentemente a partir de las iniciales del expresidente y de las letras finales del apellido de su socio invertidas, resulta cuanto menos llamativo y refuerza la necesidad de explicaciones públicas claras. No se trata de formular acusaciones judiciales, sino de exigir transparencia política ante una estructura societaria que aparece recurrentemente en informaciones relacionadas con dinero público, intermediaciones internacionales y relaciones personales de alto nivel, todo ello envuelto en un silencio que resulta incompatible con los estándares mínimos de una democracia sana .
La pregunta, a partir de aquí, se amplía inevitablemente a Pedro Sánchez. Si el uso del poder, de las relaciones internacionales y del control institucional se limita a la supervivencia política inmediata o si, como en el caso de su mentor, sirve también para preparar un futuro personal y patrimonial al margen de cualquier control. En un contexto de corrupción estructural, colonización de las instituciones y degradación moral del poder, investigar la evolución patrimonial de quienes gobiernan no es una obsesión ni una cacería, sino una obligación democrática elemental.
Las consecuencias están a la vista. España vive una degradación política, institucional y moral sin precedentes. Un país en el que el partido que gobierna acumula denuncias, investigaciones y escándalos relacionados con abusos sexuales, comportamientos impropios y prácticas intolerables, incluso contra mujeres, mientras se presenta de forma hipócrita como referente moral y feminista. Un país marcado por una corrupción cada vez más extensa, que no se limita a casos aislados, sino que apunta a una utilización sistemática del poder para beneficio partidista, económico y personal, y a una ocupación deliberada de las instituciones del Estado para blindar al Gobierno y silenciar al adversario.
La España actual es el resultado directo de esta doble responsabilidad. De un Zapatero que abrió el camino de la deslegitimación del Estado y de un Pedro Sánchez que lo ha recorrido hasta el fondo, convirtiendo la mentira, la manipulación y el abuso del poder en método de gobierno. No se trata de errores ni de improvisaciones, sino de un proyecto consciente que ha dejado a España más dividida, más debilitada y más desacreditada dentro y fuera de sus fronteras, mientras los ciudadanos pagan el precio de un Estado capturado y de unas instituciones puestas al servicio de un partido y no de la nación.




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