"Lo importante no son los años de vida sino la vida de los años".

"Que no os confundan políticos, banqueros, terroristas y homicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso.
Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan la vida".

Al mejor padre del Mundo

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lunes, 15 de septiembre de 2025

LA DEMENCIA "ANTIFA"

 


El término “Antifa” proviene de la abreviatura de antifascista. A primera vista, podría parecer para la gente un movimiento legítimo, destinado a combatir dictaduras y totalitarismos. Sin embargo, en la práctica, Antifa es un conglomerado internacional de grupos radicales de extrema izquierda que, lejos de defender la libertad, han convertido la etiqueta “antifascista” en un pretexto para imponer su propia visión demente y totalitaria de la sociedad.

No se trata de una organización jerarquizada con líderes visibles, sino de una red difusa de colectivos, asociaciones, grupos callejeros y plataformas digitales. Su coordinación es informal, pero su estrategia es clara: atacar los fundamentos culturales, políticos y sociales de Occidente. Estética anárquica, simbología negra y roja, violencia callejera, presión mediática y digital: ésas son sus señas de identidad.

La gran paradoja es que, proclamándose “antifascistas”, reproducen las prácticas más tiránicas. Amparados en un supuesto monopolio de la moral, consideran “fascista” a todo aquel que no comparte sus dogmas. No buscan convencer, sino cancelar, silenciar y destruir. Su método consiste en sembrar miedo, justificar la violencia y legitimar el crimen contra quienes se atrevan a disentir.

Hoy, Antifa no actúa en solitario. Es una herramienta política puesta al servicio de la izquierda internacional, sometida a la doctrina Woke y a la Agenda 2030. Y su expansión se ve facilitada por la debilidad de la derecha liberal, que en lugar de plantar cara, prefiere acomodarse y mirar hacia otro lado.

El “movimiento antifascista”, promovido por la izquierda global, ha dejado de ser una protesta marginal para convertirse en un corrosivo que penetra las instituciones, los medios y la cultura. Al amparo de un falso discurso de igualdad y justicia social, se normaliza la censura, la persecución ideológica y la violencia política.

La izquierda, en su estrategia, siempre juega la misma carta: llamar “fascista” a todo aquel que se atreva a cuestionar sus ideas irracionales. De ese modo, deslegitima de antemano cualquier disidencia. No importa si se trata de un periodista, un profesor, un político o un ciudadano común: quien no repite el dogma es señalado, marginado y convertido en blanco de ataques.

La llamada “cultura de la cancelación” es la versión moderna de la hoguera inquisitorial. En nombre de la tolerancia, imponen censura. En nombre de la diversidad, prohíben la pluralidad de pensamiento. Y en nombre del antifascismo, aplican los métodos del totalitarismo más feroz.

El problema se agrava porque la derecha liberal, en lugar de defender los principios de libertad y civilización occidental, se pliega con cobardía. Acepta el marco ideológico de la izquierda, normaliza su lenguaje y renuncia a plantar batalla cultural. Esa complicidad silenciosa permite que la marea avance y que Occidente se descomponga desde dentro.

La consecuencia es clara: una sociedad occidental corroída, en la que los ciudadanos libres viven bajo la amenaza permanente de ser cancelados, señalados o incluso agredidos. Un mundo en el que los valores que cimentaron nuestras democracias —la libertad de expresión, la pluralidad de ideas y el respeto al disenso— se ven sustituidos por un clima de miedo y sumisión.

El verdadero peligro no es que existan grupos radicales como Antifa, sino que se les permita crecer y actuar impunemente, con el beneplácito de gobiernos, medios de comunicación y élites globalistas que necesitan de la división para consolidar su poder. Mientras tanto, las víctimas son siempre las mismas: los ciudadanos corrientes que se niegan a aceptar estas demoníacas barbaridades.

Felipe Pinto 

domingo, 14 de septiembre de 2025

EL CINISMO Y LA INCOHERENCIA DE LA IZQUIERDA

EL CINISMO Y LA INCOHERENCIA DE LA IZQUIERDA. EL FEMINISMO Y EL LOBBY LGTB ANTE EL ISLAMISMO RADICAL.

La izquierda española y europea insiste en querer presentarse como abanderada de la mujer y del colectivo LGTB. Con campañas institucionales, con pancartas y con grandes dosis de propaganda, se erigen en guardianes de la igualdad. Sin embargo, esa imagen se desmorona cuando se observa la contradicción más flagrante de su discurso: la defensa, cuando no justificación, del islamismo radical.

El islamismo radical —no hablamos de religión, sino de una ideología totalitaria— condena de manera abierta a aquello que la izquierda dice defender. Para la mujer, significa sumisión legal y social, la pérdida de derechos básicos y, en muchos casos, la exposición a prácticas brutales como la mutilación genital, los matrimonios forzosos o las penas por “desobedecer” al varón. En numerosos países gobernados bajo la sharía, la mujer no es ciudadana de pleno derecho, sino un ser subordinado al hombre.

Respecto al colectivo gay, la incoherencia resulta aún más escandalosa. Mientras en Occidente se llega al extremo de perseguir cualquier crítica a las políticas LGTB, en gran parte del mundo islámico la homosexualidad se castiga con prisión, latigazos o incluso la pena de muerte. Allí no se trata de debates culturales o políticos: se trata literalmente de sobrevivir.

A esta doble moral se suma la hipocresía de la izquierda en su postura propalestina. Se rasgan las vestiduras con acusaciones de “genocidio” contra Israel, pero callan cuando la verdadera masacre la comete Hamás, que con, tan solo, liberar los rehenes podría terminar con el conflicto armado y que, además, utiliza a su propia población como escudos humanos, estrategia que sacrifica a civiles para mantener la narrativa victimista y que jamás es denunciada con la misma contundencia por quienes se autoproclaman defensores de los derechos humanos.

El silencio es igual de clamoroso en África. Allí, miles de cristianos son asesinados cada año por grupos islamistas radicales, en ataques que buscan borrar comunidades enteras por motivos religiosos. Sin embargo, la izquierda jamás habla de “genocidio” en este contexto. Las víctimas no encajan en su relato ideológico y, por tanto, son condenadas al olvido mediático y político.

Por tanto, la izquierda pretende hacernos creer que se puede ser a la vez feminista, defensor del colectivo LGTB y aliado del islamismo radical. Pero esa ecuación es imposible: son principios absolutamente incompatibles. El islamismo radical niega los derechos fundamentales que la izquierda dice defender. Sin embargo, por motivos ideológicos y electorales, la izquierda prefiere cerrar los ojos y abrazar a quienes representan todo lo contrario de la libertad.

Ante todo esto, hay que ser alto y claro: la defensa de la mujer, de los homosexuales y de los cristianos perseguidos no puede ser selectiva ni sometida a la corrección política. No se puede tolerar que en España se intente imponer un discurso que, bajo la bandera del multiculturalismo, nos pida aceptar prácticas y valores que atentan contra los derechos humanos más básicos.

El feminismo y el activismo LGTB de la izquierda han demostrado ser una fachada ideológica. Lo que les importa no son las mujeres, ni los homosexuales, ni los cristianos perseguidos, ni los palestinos muertos, sino el relato político. Y en ese relato, el islamismo radical, pese a ser el mayor enemigo de esas libertades, se convierte en “socio” por interés electoral y por cálculo ideológico, además de cierto miedo.

La incoherencia es tan evidente como peligrosa. Y es deber de quienes defendemos la libertad, la igualdad real y la dignidad de todos los ciudadanos, denunciarlo sin complejos.

Felipe Pinto

viernes, 12 de septiembre de 2025

LOS ESPAÑOLES PRIMERO

 

El Gobierno y el Partido Popular olvidan a los españoles mientras financian ONGs

(por Felipe Pinto)

Una vez más asistimos al espectáculo indignante de ver cómo tanto el Gobierno socialista como el Partido Popular rivalizan en su entrega a ONGs y colectivos internacionales mientras millones de españoles, nuestros compatriotas, viven en condiciones de pobreza y abandono.

Los datos son claros: España cuenta hoy con cientos de miles de niños en riesgo de exclusión social y con una de las tasas más altas de pobreza infantil de Europa. Al mismo tiempo, nuestros mayores, los que levantaron este país con esfuerzo y sacrificio, sobreviven con pensiones mínimas que apenas les permiten llegar a fin de mes, soportando además un encarecimiento insoportable de la cesta de la compra, la luz y el gas.

Y sin embargo, en lugar de dirigir recursos y ayudas hacia quienes más lo necesitan dentro de nuestras fronteras, el Gobierno y el Partido Popular compiten en ver quién financia más a ONGs de carácter ideológico, muchas de ellas con estructuras opacas, que viven de la subvención y que nada aportan al bienestar de los españoles. Millones de euros de dinero público que deberían garantizar la dignidad de nuestros compatriotas se despilfarran en proyectos internacionales, campañas propagandísticas y chiringuitos políticos disfrazados de solidaridad.

VOX lo ha dicho y lo seguirá repitiendo: la caridad empieza por casa. Antes de enviar dinero a intereses ajenos, España debe garantizar que ningún niño pase hambre y que ningún anciano viva en soledad o en miseria. No aceptamos el cinismo de quienes se golpean el pecho hablando de derechos humanos mientras condenan a los españoles más vulnerables al abandono.

La política debe tener una prioridad clara: los españoles primero. Y ahí es donde tanto el PSOE como el PP demuestran su complicidad: ambos han hecho del reparto de subvenciones a ONGs y asociaciones ideologizadas un mecanismo de control político y clientelismo, olvidando su obligación de servir a la Nación.

VOX continuará denunciando este expolio y trabajando por una alternativa real que devuelva la dignidad a nuestros compatriotas. España no necesita más chiringuitos: necesita justicia social, protección de su gente y un Estado que deje de mirar hacia otro lado cuando los niños y los ancianos españoles sufren.